6.9.06

La realidad (casi) siempre supera la ficción



Últimamente están dominando esta bitácora ciertas veleidades "literarias" que he dado en llamar "ficción bibliotecaria". Siguiendo en esa línea, vamos a contar un cuento.

Había una vez, en una Comunidad Autónoma muy lejana, una presidenta enemiga declarada de personalismos pero que gustaba bastante de dar la nota. Acérrima defensora de la cultura, se declaró en su día fiel seguidora de la insigne escritora portuguesa Sara Mago, ganadora del premio Nobel; también mostró su admiración por la triste y prematuramente desaparecida poetisa Dulce Chacón (fallecida el 8 de diciembre de 2003) preguntando hace pocos meses a su madre si la hija se hallaba en Cuba.

Esta presidenta, tan culta ella, visitó cierto barrio del sur de la capital hace aproximadamente año y medio. Fue recibida por las protestas de los vecinos, que no querían que se cumpliese la amenaza de cierre que se cernía sobre su biblioteca pública. "Soy la más interesada en que no se cierre", dijo sin dudar, mientras lanzaba una autoritaria mirada sobre el concejal responsable del distrito. Éste hizo de político y se limitó a responder con palabras vacuas el requerimiento de su superiora. A ella no le pareció suficiente y llegó a dar su teléfono a los interesados para que la llamasen si la biblioteca llegaba a cerrarse.

Ayer mismo la situación de esa biblioteca era... que ya no era una biblioteca. Libros y personal habían desaparecido hace tiempo; sólo se abría una sala de estudio; una vez a la semana y durante una hora (de 11 a 12 de la mañana) llegaba un bibliobús para que los ciudadanos pudieran llevarse algún libro en préstamo.

Y no se le ocurrió otra cosa a la presidenta de nuestro cuento que volver a ese mismo barrio, pero a visitar las cercanas obras del metro. Un grupo de vecinos se aproximaron para afearle el notorio incumplimiento, lo cual picó de veras a nuestra heroína, que se dirigió con gran confianza a una ciudadana que la increpaba: "¿A que no tienes narices a venir conmigo? Vamos a ver si están los libros." Y, ni corta ni perezosa, abandonó el plan establecido y se dirigió al centro cultural donde supuestamente estaba la biblioteca. Una vez allí, la ciudadana en cuestión emplazó a la presidenta para que se llevase en préstamo alguno de los inexistentes libros de aquella calurosa sala de estudio. Y aunque nuestra heroína contestó "protesta menos y mira más" fue incapaz de encontrar documento alguno por allí. Mas como los políticos siempre tienen salida para todo, al final pretendió tener la razón: "Yo lo que prometí es que seguiría abierta", añadiendo además que si ella fuese una usuaria de "aquello" lo que realmente pediría es que se instalase aire acondicionado. Finalmente tuvo que ser el concejal quien reconociese que esa sala de estudio no cumplía con las premisas de lo que debe ser una biblioteca. Y dio la solución: "dentro de nada vamos a empezar a construir una gran biblioteca que va a costar 79 millones de euros."

Pues bien, si esta historia fuese real, me daría la razón en muchas de las cosas que pienso y que en ocasiones me hacen sentir como "voz que grita en el desierto": los políticos no tienen ni idea de para lo que sirve una biblioteca y sólo se ocupan de ellas cuando pueden sacar algún tipo de rentabilidad política. Es más importante la prolongación de horarios que la presencia de personal cualificado o incluso de libros. Es más importante el aire acondicionado que el servicio de préstamo, que cualesquiera de los otros servicios que ha de prestar la biblioteca (excepto, claro está, el de lectura en sala, que es el único que conocen).

Lo dicho, la realidad siempre supera la ficción.