15.12.19

Otra vez 15 de diciembre, otra vez, "Día de Garabitas"


No voy a volver a explicar mi osadía al haber declarado el 15 de diciembre «Día de Garabitas» al igual que el 16 de junio es el «Bloomsday». En un 15 de diciembre empieza la acción de mi novela El cerro de Garabitas, la primera que una editorial tuvo a bien publicar. No me enrollo más, porque lo que en realidad quería era dejaros el primero de sus capítulos (son muchos, cuarenta y seis, pero todos muy breves). Y si os gusta, al final os pongo los enlaces para obtenerla. Allá va.

Navidad en Madrid. Fechas odiadas por unos, indiferentes para otros, símbolo de felicidad y reencuentro para los más. Sin embargo, para los solitarios, para algunos solitarios, es el momento en que se exacerba más la sensación de vacío que siempre les acompaña. Ello a pesar de las multitudes que se reúnen sobre todo en determinados sitios, como la Puerta del Sol y sus aledaños. Vomita el Tragabolas chorros de gente que han traído aquí el metro o el tren de cercanías, que nada más salir, tras fijarse —o no— en los cimientos de la iglesia del Buen Suceso, se encontrarán con el enorme cono verde que quiere representar un árbol de Navidad, con el cartel de Tío Pepe cambiado de sitio por voluntad de una multinacional, con grupos de personas con extraños tocados —cuernecitos de reno, gorritos de Papá Noël, diademas de lucecitas, a cual más absurdo, que luchan por avanzar en la inundación humana. 

En las últimas tardes del otoño el cielo y el aire tienen una luz apagada, una bruma que vela el horizonte más lejano. Aunque los hornos y estufas de leña o carbón no son ya más que un recuerdo, aún parece que oliesen las hogueras que antaño calentaban las casas y los fogones; ese peculiar aroma entra en una nariz a la que el frío enrojece, un frío que no mitiga el calor humano, ni siquiera en el espantoso atasco que se forma, en estas fechas, entre las calles del Arenal y Mayor y hace de cruzar el breve trecho que las separa una verdadera odisea. 

Y es que, en general, atravesar la Puerta del Sol en Navidad es una odisea. Desde el Tragabolas, pasar por delante de la Casa de Correos, enfrente de la cual el Kilómetro Cero tan admirado por los forasteros se convierte en un punto de encuentro y aglomeración, y alcanzar la calle de Postas y dirigirse a la Plaza Mayor para pasear delante de los puestos y golpearse la cabeza con lo que tienen colgado en sus viseras, todo esto es una aventura para muchos deseada, terrible para otros, un agobio para la mayoría. En las variopintas tiendas que se encuentran en este trillado camino no cabe un alfiler; los bares, ayudados por la temperatura gélida, están llenos. Los puestos de los manteros, en las orillas de la calle, estrechan el chorro de viandantes que van y vienen. Todo es ruido, luz, humo, estridentes villancicos y otras músicas ratoneras que salen de los altavoces que usan algunos comerciantes como reclamo. En agudo contraste, las ancestrales tiendas de hábitos, con su muestrario que recuerda al espectador el color que corresponde a cada orden, como una ventana que se asomase hacia el pasado. 

Malos tiempos y malos lugares, pues, no sólo para quienes huyen de las aglomeraciones, sino también para los misántropos, para quienes han hecho de la soledad su compañera fiel y también para quienes la padecen sin desearlo. En estos tiempos y en este lugar sufrirán el azote de una alegría carente de motivo, un estado que hay que alcanzar porque sí, porque las fechas lo piden y porque todo el mundo está contento. «¡Es Navidad!» repetirán los lemas publicitarios de los grandes almacenes. «Es tiempo de paz, de amor, de regalos…». Sobre todo de regalos. Es tiempo de vaciarse los bolsillos, de comer y beber sin freno, de estar feliz porque hay que estarlo, de querer mucho a todo el mundo… Cuando tienes alguien a quien querer.

Pues nada, si os ha gustado y queréis mas, aquí la podéis conseguir.

20.9.19

"Carambola": nuevo caso para la inspectora Susana Gutiérrez


Esta vez ha tardado más, pero ahí esta la duodécima novela que he dedicado a mi personaje predilecto, la inspectora Susana Gutiérrez. Poco os voy a hablar de ella, no sin indicar que esta vez me ha costado mucho sacarla adelante. En contra de mi costumbre, han sido muchos meses de gestación, con numerosos parones y ha habido que limar incoherencias y cambios de ideas que luego no fraguaron en el resultado final. Además, en estos meses que han pasado desde que en abril tecleé las primeras palabras ha habido momentos en los que el acto de escribir no ha tenido para mí el efecto catártico que siempre busco.

Por tanto, quiero más bien fijarme en el tipo de novela que es. ¿Policíaca? ¿Negra? Creo que ni lo uno ni lo otro, lo cual quizá sea buena cosa en esta época de superabundancia de escritores y dizque escritores (o de aprendices, como un servidor) de novelas de este género llegadas desde múltiples rincones del mundo y con un positivísimo auge de protagonistas mujeres. ¿Por qué digo que ni es policíaca ni negra? Los crímenes que resuelve mi inspectora no son más que excusas para hablar de lo que sucede a mi alrededor y expresar, por medio de ella, de sus compañeros y de sus amigos y familiares, lo que pienso sobre ello. En este caso me he explayado sobre las redes sociales, sobre su huida del mundo real, sobre las "estrellitas" de oropel que se forjan a su amparo, sobre los disparates y barbaridades que se dicen escondiéndose en su anonimato y, lo que es peor, el eco que los medios de comunicación considerados "serios" les dan, excesivo y peligroso. (Hasta me he inventado un nuevo oficio nacido a la sombra de Twitter, el de "buscamierda"). No se puede tomar lo que se dice en las redes como la vox populi, tal y como se hace hoy en día, porque luego nos podemos dar el baño de realidad en forma, por ejemplo, de resultados electorales inesperados para ciertos partidos muy presentes en las redes pero cuya vida fuera de ellas es más que precaria. Esto en el mejor de los casos, pues las redes sociales suelen dictar veredictos de culpabilidad que luego, aunque los cargos sean falsos, son imposibles de borrar del todo. Se han convertido en terribles altavoces de la típica charluza de bar o corrillo de escalera, que antiguamente no solían verter sus soeces excrecencias más allá de la entrada del establecimiento o el portal de la finca.

En todas las demás novelas protagonizadas por mi querida Susana he intentado tocar palos de este tipo. En ellas no solo se resuelven crímenes, se repasa ese mundo real del que tantas personas quieren huir. Me gustaría que la poquita gente que me lee se hubiese dado cuenta de ello...

Si queréis, podéis conseguir el libro, tanto en papel como en formato electrónico, en Amazon, como siempre, a precios populares.

17.7.19

El 18 de julio de 1936 en Madrid, según Clara Ruiz

Foto de Mikhail Koltsov
(Dominio público)

Mañana es 18 de julio, una fecha de infausta memoria pues tal día del año 1936 se consumó el golpe de estado que acabó con el primer intento de dar un régimen realmente democrático a España. Os traigo unas páginas de mi novela La vida ha de seguir, en las que su protagonista, Clara Ruiz de Segovia, narra cómo lo vivió ella.

En Madrid el ambiente era caluroso y tenso. Tras los asesinatos de Castillo y Calvo Sotelo las posturas políticas se habían enconado y se temía un enfrentamiento muy grave y violento. Sin embargo, al margen de la política, los altercados y tiroteos que veníamos padeciendo desde febrero parecían haber remitido y se podía hacer una vida casi normal. Las terrazas de los bares y cafés estaban llenas, la gente paseaba al fresco en cuanto se iba el sol y se mitigaba un poco el tórrido calor. Por muy mala que fuese la situación, por muy duros que fuesen los choques dialécticos en las Cortes, la mayoría de los madrileños, incluso los pocos que se interesaban por lo que pasaba y procuraban informarse, como Juan y yo, ni sospechábamos lo que se estaba fraguando. 

El sábado 18 de julio, muy temprano, comenzamos a escuchar un tumulto por la calle que nos llamó la atención; al poco empezaron a sonar disparos. Pusimos la radio a ver si decía algo sobre la cuestión, pero no fue así. Los gritos que entraban por la ventana nos dieron pistas de lo que sucedía:
–¿Qué pasa?
–¡Están pegando tiros al Cuartel de la Montaña! ¡Se han sublevado los militares! 

Seguimos atentos a la radio, donde no se tardó mucho en anunciar que el ejército se había levantado en armas en África pero que el pronunciamiento había sido desbaratado. 
–¿Otra vez? ¿Como en el 23? –me dijo Juan. 
–Pero en esta ocasión no han tenido éxito, al parecer –le contesté, deduciéndolo de lo que se comentaba en la radio. 

Sin embargo, la situación se complicó y las noticias que llegaban eran cada vez más confusas. En la calle arreciaron los gritos. A lo largo del día se supo que se habían alzado contra el Gobierno no solo los de África, sino guarniciones de media España. En Madrid hubo movimiento en algunos cuarteles, pero yo no veía militares por las calles, sino más bien grupos de obreros que pedían armas para «aniquilar a los fascistas». Muchos iban hacia la calle de Piamonte, muy cerca de nuestra casa, ya que allí estaban la Casa del Pueblo y la sede de las Juventudes Socialistas. 

Nos enteramos por fin de que los pocos militares sublevados de Madrid se habían encerrado en el Cuartel de la Montaña, tal y como habíamos oído por la mañana, y se habían hecho fuertes allí. Las tropas leales y milicianos armados iban a reducirlos. Tras varias horas de titubeo –y de varios cambios en la presidencia–, el Gobierno accedió a la petición de repartir armas a esas turbas que llevaban reclamándolo desde el principio y muchos se unieron a los sitiadores del cuartel. 

Vista esta situación, pensamos que todo había sido una simple algarada que el Gobierno, con la ayuda del pueblo, había sofocado sin problemas. No obstante, pronto nos dimos cuenta de que no fue así. Juan me llamó desde el hospital diciendo que tardaría en volver a casa, ya que había multitud de heridos a los que atender. 
–¿Heridos? –le dije–. ¿Pero tan grave es la cosa? 
–Mucho más de lo que pensamos –me contestó–. Me han dicho que medio ejército se ha sublevado y que se preparan para marchar sobre Madrid. Habrá guerra. 
–¿Guerra? ¿Pero qué dices? 
–Sí, Clara, guerra… 

La última frase la pronunció con la voz entrecortada por la emoción. Yo colgué el teléfono y me derrumbé en la silla. ¡Guerra! ¡El ejército marchando sobre Madrid! No me despegaba de la radio para ver si me podía enterar de algo. Se decía que al mando de todo estaba el general Mola, que se había sublevado en Pamplona. Otras ciudades como Sevilla, Salamanca, Burgos, Valladolid, estaban también en manos de los rebeldes. ¡Valladolid! De inmediato me acordé de mi tío y de mi abuela y mi madre, en la casa de Cercedilla. ¿Qué habría pasado? Si los sublevados venían desde el norte a tomar Madrid, tendrían que cruzar la sierra y ese era sin duda un punto fuerte para la defensa. ¡Y Cercedilla estaba al lado!

Lo anterior pertenece al capítulo VII de esta novela, en la que he reflejado algunos de los recuerdos que me transmitió mi abuela Asunción, que pasó la guerra en Madrid. Si os ha gustado y tenéis interés en esta historia, donde se cuentan muchas cosas más, la podéis conseguir en Amazon en formato papel o Kindle. Si es así, os lo agradezco de antemano.

5.3.19

"Asesinato en la embajada", un nuevo caso para la inspectora Susana Gutiérrez


Tenemos nuevo caso para mi querida inspectora Gutiérrez. Esta vez se enfrenta a un reto complicado, un crimen que se perpetra en el interior de una embajada, con todo lo que eso conlleva: extraterritorialidad, inmunidad diplomática... Se tendrá que empollar la Convención de Viena y también elegir entre el gran muestrario de enemigos de todo tipo que tenía la embajadora Astrid Nilsson (a quienes gusten de la música de Wagner les sonará este nombre).

En definitiva, aquí está la undécima novela que he dedicado a mi personaje predilecto. Como siempre, dentro de la trama policial propiamente dicha he ido dejando algunas pildoritas relacionadas con la actualidad que nos toca vivir. La hipocresía de los políticos, el odio como eje de las disputas entre partidos, la actuación de ciertas potencias extranjeras para desestabilizar las democracias occidentales por medio tanto del crimen organizado como de partidos extremistas... Lo habitual. Y también es habitual mi guiño a los Asperger por medio del personaje de Cris, la documentalista de la comisaría, que tiene su papel en esta historia.

Quienes tengáis la amabilidad y la paciencia de seguir estas entradas, podréis comprobar que ha habido un cambio de diseño en la cubierta del libro. Ello se debe a que Amazon ha trasladado su plataforma de autopublicación de Create Space a KDP y el editor de cubiertas es diferente. Ya no está la plantilla que yo utilizaba, así que ha habido que renovarse. Espero que sea para bien.

Si queréis leer esta historia, la tenéis tanto en formato Kindle (ahí podéis leer las primeras páginas) como en papel, a precios populares.