17.7.19

El 18 de julio de 1936 en Madrid, según Clara Ruiz

Foto de Mikhail Koltsov
(Dominio público)

Mañana es 18 de julio, una fecha de infausta memoria pues tal día del año 1936 se consumó el golpe de estado que acabó con el primer intento de dar un régimen realmente democrático a España. Os traigo unas páginas de mi novela La vida ha de seguir, en las que su protagonista, Clara Ruiz de Segovia, narra cómo lo vivió ella.

En Madrid el ambiente era caluroso y tenso. Tras los asesinatos de Castillo y Calvo Sotelo las posturas políticas se habían enconado y se temía un enfrentamiento muy grave y violento. Sin embargo, al margen de la política, los altercados y tiroteos que veníamos padeciendo desde febrero parecían haber remitido y se podía hacer una vida casi normal. Las terrazas de los bares y cafés estaban llenas, la gente paseaba al fresco en cuanto se iba el sol y se mitigaba un poco el tórrido calor. Por muy mala que fuese la situación, por muy duros que fuesen los choques dialécticos en las Cortes, la mayoría de los madrileños, incluso los pocos que se interesaban por lo que pasaba y procuraban informarse, como Juan y yo, ni sospechábamos lo que se estaba fraguando. 

El sábado 18 de julio, muy temprano, comenzamos a escuchar un tumulto por la calle que nos llamó la atención; al poco empezaron a sonar disparos. Pusimos la radio a ver si decía algo sobre la cuestión, pero no fue así. Los gritos que entraban por la ventana nos dieron pistas de lo que sucedía:
–¿Qué pasa?
–¡Están pegando tiros al Cuartel de la Montaña! ¡Se han sublevado los militares! 

Seguimos atentos a la radio, donde no se tardó mucho en anunciar que el ejército se había levantado en armas en África pero que el pronunciamiento había sido desbaratado. 
–¿Otra vez? ¿Como en el 23? –me dijo Juan. 
–Pero en esta ocasión no han tenido éxito, al parecer –le contesté, deduciéndolo de lo que se comentaba en la radio. 

Sin embargo, la situación se complicó y las noticias que llegaban eran cada vez más confusas. En la calle arreciaron los gritos. A lo largo del día se supo que se habían alzado contra el Gobierno no solo los de África, sino guarniciones de media España. En Madrid hubo movimiento en algunos cuarteles, pero yo no veía militares por las calles, sino más bien grupos de obreros que pedían armas para «aniquilar a los fascistas». Muchos iban hacia la calle de Piamonte, muy cerca de nuestra casa, ya que allí estaban la Casa del Pueblo y la sede de las Juventudes Socialistas. 

Nos enteramos por fin de que los pocos militares sublevados de Madrid se habían encerrado en el Cuartel de la Montaña, tal y como habíamos oído por la mañana, y se habían hecho fuertes allí. Las tropas leales y milicianos armados iban a reducirlos. Tras varias horas de titubeo –y de varios cambios en la presidencia–, el Gobierno accedió a la petición de repartir armas a esas turbas que llevaban reclamándolo desde el principio y muchos se unieron a los sitiadores del cuartel. 

Vista esta situación, pensamos que todo había sido una simple algarada que el Gobierno, con la ayuda del pueblo, había sofocado sin problemas. No obstante, pronto nos dimos cuenta de que no fue así. Juan me llamó desde el hospital diciendo que tardaría en volver a casa, ya que había multitud de heridos a los que atender. 
–¿Heridos? –le dije–. ¿Pero tan grave es la cosa? 
–Mucho más de lo que pensamos –me contestó–. Me han dicho que medio ejército se ha sublevado y que se preparan para marchar sobre Madrid. Habrá guerra. 
–¿Guerra? ¿Pero qué dices? 
–Sí, Clara, guerra… 

La última frase la pronunció con la voz entrecortada por la emoción. Yo colgué el teléfono y me derrumbé en la silla. ¡Guerra! ¡El ejército marchando sobre Madrid! No me despegaba de la radio para ver si me podía enterar de algo. Se decía que al mando de todo estaba el general Mola, que se había sublevado en Pamplona. Otras ciudades como Sevilla, Salamanca, Burgos, Valladolid, estaban también en manos de los rebeldes. ¡Valladolid! De inmediato me acordé de mi tío y de mi abuela y mi madre, en la casa de Cercedilla. ¿Qué habría pasado? Si los sublevados venían desde el norte a tomar Madrid, tendrían que cruzar la sierra y ese era sin duda un punto fuerte para la defensa. ¡Y Cercedilla estaba al lado!

Lo anterior pertenece al capítulo VII de esta novela, en la que he reflejado algunos de los recuerdos que me transmitió mi abuela Asunción, que pasó la guerra en Madrid. Si os ha gustado y tenéis interés en esta historia, donde se cuentan muchas cosas más, la podéis conseguir en Amazon en formato papel o Kindle. Si es así, os lo agradezco de antemano.