28.7.07

Crónica (tercera) del todo incluido


(Playa de Maspalomas, Gran Canaria)

Vuelta la burra a los trigos. Por tercer año consecutivo he "disfrutado" de una estancia en un hotel canario en régimen de todo incluido. Bueno, más que de hotel habría que hablar de "complejo", como un cretino con telefonillo de ésos con videollamada repetía desde allí a su interlocutor.

Debo, pues, reafirmarme en lo raritos que son los alemanes, que recorren 4.000 kilómetros para no salir de su "complejo". Incluso había dos matrimonios teutones que, indefectiblemente, ocupaban siempre la misma mesa desde las siete de la tarde hasta la madrugada. ¿Qué habría pasado si alguien hubiese osado "usurparla"?

Los españoles quizá no seamos tan raritos, pero mucho más macarras sí. Nuevamente he podido observar una variada colección de tatuajes a cual más feo y chabacano (¡faces de Cristo llorando lágrimas!) y comportamientos a cuál más lamentable. Eso sí, menos vello en la espalda, aunque la celulitis sigue invariable reinando para desgracia de sus poseedoras.

La pena de no recorrer la isla la mitigó en parte el magnífico camino hacia la playa, dejando de lado el parque de Tony Gallardo (que pretende recrear el oasis parcialmente arrasado por el turismo) y cruzando el espacio natural que conforman las dunas y la charca de Maspalomas. Hasta me dí un paseíto en dromedario por las dunas permanentes...

El detalle de este año, que me ha motivado a repetir esta crónica, son los anuncios que nos suelen entregar cuando llegamos a este tipo de hoteles. Fundamentalmente están pensados para los guiris, que son capaces de hacer un casi interminable viaje en avión hasta una de las islas Canarias para visitar un pueblo del viejo Oeste (vaya caretos que tenían las familias del folletito de marras) o para ir a un parque acuático... ¡cuando ni pisan la playa!

Espero no repetir un todo incluido el año que viene, pero si es así... Habrá crónica también.