25.3.11

Paloma

Un día de finales del verano, allá por 1993, llegué a un pequeño edificio de los que se repiten mucho en el sur de Madrid como institutos de enseñanza secundaria. Allí estaba alojada la Escuela Politécnica Superior de la UC3M. En ese pequeño edificio unos paneles provisionales habían interceptado un cruce de pasillos con acceso a un aula de mediano tamaño. Esa era la biblioteca. A su frente, una chica con aspecto un tanto de "hippie", pelo siempre muy corto, gafas. Fue quien nos recibió y quien me enseñó de qué va esto de las bibliotecas. Sí, ya sé lo de la formación continua, lo del aprendizaje a lo largo de la vida, sí... Pero lo importante es el poso y mi poso lo colocó ella. Desde poner un tejuelo, ordenar fondos, hacer carnés, hasta buscar en una base de datos o los rudimentos de Internet en una época en la que fuera de las redes académicas ni se conocía.

La primera vez que di un curso de formación estuve como un flan. O más bien todo lo contrario. Mi técnica fue quedarme pegado al retroproyector (no había llegado la era del PowerPoint), rígido, mirando a un punto de fuga indeterminado. Todo cambió la primera vez que acompañé a Paloma y la vi dar un curso. Con voz pausada, moviéndose, mirando alternativamente a los alumnos y las transparencias. Desde entonces hice mía esa técnica. Siempre que me pongo delante de unos alumnos para explicarles algo tengo en mente esa sesión reveladora, en aquel pequeño edificio donde cabíamos de milagro, ese día que vi hacer las cosas de una manera que me pareció válida y lo sigue siendo.

Y es solo un ejemplo tangible, pero habría millones. Si algo sé de esta profesión, se lo debo a ella. No quiero lugares comunes ni frases hechas, pero sí que he de decir que es en estas ocasiones cuando a uno le gustaría creer de verdad que no todo se acaba cuando uno se marcha de este mundo, sobre todo cuando hay alguien que se merecería disfrutar de ello. Un beso y hasta siempre.