22.12.18

¡Felices fiestas!


Llega la Navidad, época de costumbres arraigadas, como la de felicitar a todo el mundo y tener los mejores deseos para el año que está a punto de comenzar. No voy a ser menos; ahora bien, voy a dejar que sea mi personaje más querido, la inspectora Susana Gutiérrez, la que os haga un modesto regalito: las primeras páginas de la sexta novela de la que es protagonista, Los papeles de Juana, una historia que justo arranca un 22 de diciembre y en la que mi inspectora tiene un doble desafío: investigar el asesinato de uno de los agraciados con el Gordo y la primera visita de los padres de su novio, Asís. Sirva esto no solo como felicitación sino como agradecimiento por mi parte a quienes seguís estás páginas. (Y de paso, como muestra de estas novelas, «a cala y a prueba», como decían en mi barrio los meloneros ambulantes de mi niñez). Allá va:

Ante la Navidad, no caben medias tintas: o te encanta o la odias. Yo pertenezco al primer grupo, pues siempre he disfrutado con esas fechas en las que se dispara el consumismo, se muestran con poco pudor determinados sentimientos que parecen aletargados el resto del año y todo el mundo se siente impelido a hacer cosas que en otros momentos ni se les ocurriría intentar porque lo impiden el sentido común y lo poco que queda en el bolsillo a fin de mes. Cuando diciembre avanza ya voy notando la aproximación de los días señalados, esos en los que el ambiente parece distinto, cuando el cielo velado de un año ya agonizante va a dejar paso al nuevo, en que el aire será más luminoso y límpido, después de la ceremonia casi pagana de la reunión familiar ante la tele para devorar doce uvas al son del reloj de la Puerta del Sol. Fue tal vez en la época en la que más distanciada estuve de mi familia cuando me di cuenta de estas cosas, que antes pasaban casi desapercibidas. Y por eso ahora lo vuelvo a valorar mucho más. Mi trabajo no me permite disponer de estos días de fiesta como yo quisiera, pero de unos pocos años a esta parte procuro disfrutar de las fechas más típicas de la Navidad con mi familia. 

Además, este año iba a ser especial, pues los padres de Asís, mi novio, por fin se dignarían venir a Madrid desde su adorada Cartagena para pasar por primera vez tan entrañables días con nosotros y con mi familia, en un innecesario gesto de «formalización» del vínculo que ya desde hacía bastante tiempo nos unía. A mí tal cosa me importaba poco, pero sí quería que al menos nuestros padres se conociesen; no soy amiga de convenciones ni de ceremonias, pero no creo que hubiesen de seguir actuando como si Asís y yo no tuviésemos nuestras respectivas familias y, así, prescindiésemos de ellas. 

Por tanto, ese día, 22 de diciembre, tenía una cita ineludible, que no era otra que acudir, junto a Asís, a la estación de Atocha a recoger a sus padres, que llegarían en el tren de las 14.16 proveniente de Cartagena. Pero, antes, por la mañana, había que ir a trabajar. 

La comisaría parecía haberse contagiado de eso que llaman «espíritu navideño». No solo porque a alguno se le hubiese ocurrido poner un arbolito de Navidad y dos o tres guirnaldas raquíticas, sino porque, aprovechando la ausencia de la comisaria Menéndez, de viaje oficial en Argentina, había quien se había colocado un gorrito de Papá Noël e incluso varios compañeros se estaban permitiendo el lujo de seguir el sorteo de la Lotería en una de las televisiones que habitualmente usábamos para ver qué decían o, más bien, interpretaban a su manera los informativos de nuestras actuaciones. Tengo que confesar que en más de una ocasión, cuando acertaba a pasar al lado, me quedé embobada escuchando la habitual jaculatoria de los niños de San Ildefonso. «Miiiiil eeeeuros…» ¡Qué recuerdos me traía la dichosa cantinela! Hacía ya algunos años que no me había detenido ante una pantalla para verlo y aquella mañana ese gesto insignificante me retrotrajo a la niñez, cuando lo que se escuchaba era «ciento veinticinco miiiiil peseeeetas…» y yo tenía claro que ya habían empezado las vacaciones y con ellas las cenas y comidas con abuelos y primos, los regalos, las visitas a Cortylandia –en hombros de mi padre, para poder ver algo– y a los Reyes Magos para pedirles todo lo que se me ocurriera, es decir, todo lo que había visto en esos bonitos folletos llenos de preciosos juguetes que por arte de magia aparecían en nuestro buzón… 

Fue mi compañero Mena quien me sacó de este ensueño. 
–¿Todavía por aquí, Gutiérrez? –me dijo–. ¿No te ibas a buscar a los suegros? 
–Aún no. He quedado con Asís en casa a la una y media. Tengo cosas pendientes. 
 –No creo que sea nada que no pueda esperar hasta mañana… Vete ya, mujer, son más de las once y media. 
 –Tengo tiempo… Pero, espera… 

Interrumpí a Mena porque los niños acababan de indicar que iba a salir un premio de los grandes. Y tan grande… ¡Era el Gordo! Otro año que se había hecho de rogar… El niño y la niña, ambos de aspecto sudamericano, andaban marcando el paso y con una enorme sonrisa, una mano alzada con las bolitas y la otra situada en la espalda, hacia la mesa, donde otro grupo de sonrientes damas y caballeros esperaban para ratificar el premio. Con una rapidez que de pequeña –cuando la informática no se había hecho aún dueña de nuestras vidas– siempre me pasmaba, los locutores de la televisión apenas tardaron unos segundos en indicar los muchos lugares de España en los que se había repartido el premio. La Coruña, Sort (como no podía ser menos), Vitoria, Madrid, Écija, Villarrobledo, San Cristóbal de La Laguna… No tardaríamos en ver en esa misma pantalla a los afortunados saltando, riendo y brindando con cava o sidra en vasos de plástico para celebrar su suerte y luego decir que el dinero les iba a venir muy bien para tapar agujeros o ayudar a los hijos...

Una de las compañeras elevó su voz por encima del tumulto formado sobre todo por lamentos de los que no habían sido señalados por la fortuna. 
–¡Anda, si también ha tocado por aquí! 
–¿Cómo dices? 
 –Sí, creo que han dicho la administración número 645, «El pececillo de plata». ¿No es esa la que está…? 
–En Trafalgar, al lado de mi casa –dije yo, desolada–. Ahí echo todas las semanas la Primitiva y compro la lotería de Navidad, pero me temo que de ese número no… 

Era cierto, no es que fuese una gran jugadora de lotería; de hecho solo me hacía con algún décimo para Navidad por una costumbre adquirida en la universidad. Solía intercambiar participaciones con mis padres y mi hermano y con algunas amigas, algo que en realidad me servía para mantener el contacto con ellas aunque solo fuese por ese medio, es decir, la felicitación navideña que siempre acompañaba el papelito de la suerte. La verdad es que sentí cierta desazón… ¡Qué faena! Tantos años comprando allí y para una vez que toca, tengo otro número… 

Poco me duró el mal sentimiento. En seguida y entre todos cumplimos con esa tradición que hace del primer día oficioso de las Navidades el de la «salud». Que, por supuesto, es lo que de verdad importa, mucho más que la fortuna. Y además, como todo el mundo sabe, en el sorteo de Navidad es en el que menos dinero toca… 

 –En fin, ahí os quedáis –dije a Mena–. Voy a ver si acabo un par de cosas que tengo aún pendientes y ya me voy.

Lo dicho, os deseo una muy feliz Navidad y un maravilloso año 2019.

11.10.18

"La mujer de la foto": un nuevo caso de la inspectora Susana Gutiérrez



Quienes tengáis la amabilidad (y la paciencia) de seguir estas páginas tal vez os hayáis dado cuenta de que he tardado un poquito más de lo habitual en poner a trabajar de nuevo a mi inspectora predilecta. Esta novela, que ya es la décima, ha tenido un proceso de "cocinado" algo más lento. Se lo debía a Susana, después de las dos "locuras" anteriores, una dedicada a mis veleidades (o delirios) literarios y otra en la que mi intervención como autor iba mucho más allá de lo aconsejable. Se lo debía. Tenía que hacerla de nuevo protagonista absoluta de una historia en la que yo me limitase a poner en el papel su narración (aunque tal vez haya una mínima excepción, quién sabe...)

En esta ocasión una fiscal es asesinada con un peculiar ritual y sin que su asesino haya dejado pista alguna; a esta dificultad se suma que el caso lo instruye la temible juez Alicia Salguero, que además es amiga de la interfecta. Pero, ¿qué son las dificultades para Susana Gutiérrez Mon? ¡Un aliciente más! Así que su tenacidad, su cabezonería y su imposibilidad para aceptar que un caso se cierre en falso la llevarán a buscar al culpable pasando por encima de quien haya que pasar.

Si he logrado que os intereséis por esta nueva aventura de mi inspectora, ya sabéis que la podéis conseguir en Amazon tanto en formato papel como para Kindle. ¡Que la disfrutéis!

14.8.18

Segunda edición de "Fanny y otros relatos"


En la entrada anterior expliqué los motivos que me habían llevado a sacar por mi cuenta una segunda edición de mi novela La vida ha de seguir y, por lo tanto, a ella me remito, pues no son distintos para este caso. Lo que sí voy a repetir es que deseo que la aparente desaparición de la editorial Playa de Ákaba sea eso, solo aparente, y pronto la tengamos de nuevo dando difusión a la obra de autores desconocidos. En el caso del libro del que trata esta entrada, Fanny y otros relatos, hay otra: la inclusión de un par de cuentos que por uno u otro motivo no pudieron aparecer en la primera edición de marzo de 2017. Agotados los 140 ejemplares de esa primera edición, la segunda está disponible en Amazon, tanto en papel como en formato Kindle.

Como en el caso de La vida ha de seguir, os incluyo aquí el prólogo a esta segunda edición, donde explico con más detalle lo que se puede encontrar en este libro, en cuya cubierta, por cierto, he conservado el dibujo que hizo mi hija Inés.

PRÓLOGO PARA LA SEGUNDA EDICIÓN 

En marzo de 2017 publicó Playa de Ákaba la primera edición de este volumen, que contiene la novela corta Fanny y todos los cuentos sueltos que he conseguido terminar en los últimos veinte años, más o menos. Alguien se podría preguntar cómo es posible, si el intervalo es tan largo, que el tomo sea más bien poco grueso. La respuesta es sencilla: siempre me ha gustado escribir, pero durante mucho tiempo era uno de esos pasatiempos que se dejan al margen, porque siempre aparece algo más importante que hacer. Sin embargo, desde que en junio de 2015 la editorial Libros.com aceptó publicar mi novela El cerro de Garabitas (la segunda que completé desde que en las Navidades anteriores comenzó mi efusión literaria) me lo tomé algo más en serio, después de años y años de barbecho. Luego, por medio de Paz Martín-Pozuelo, escritora y compañera en la Universidad Carlos III, conocí Playa de Ákaba, la magna empresa de Noemí Trujillo, poeta e incansable «agitadora cultural», que fue la primera que tuvo a bien dar a la imprenta uno de mis cuentos, en concreto El viaje de Beatriz, en el segundo tomo de la antología Generación Subway. La sensación que tuve al ver por primera vez mi nombre y mis palabras en las páginas de un libro no la olvidaré jamás y solo por eso se merecen tanto esa mítica y laurentina playa como Noemí mi eterna gratitud. 

¿Por qué esta segunda edición? Aparte de corregir algunas erratas de la primera, debidas a mis prisas porque apareciese el libro cuanto antes, he querido incluir un par de relatos que no estuvieron allí. Uno se titula Un escritor en ciernes (*), de los primeros cuentos que escribí –y que conservo–, cuyo tono tal vez demasiado sarcástico me impidió proponerlo para su inclusión en alguna de las antologías en las que sí aparecieron muchos de los otros. El segundo es Patricia, del que os hablo un poco más abajo. 

Voy aprovechar, además, para dar una somera descripción de lo que tú, que has tenido la amabilidad de abrir este libro, te vas a encontrar. 

Fanny es una breve novela que está basada en un personaje real al que tengo gran aprecio: Fanny Giannatasio del Río. Se trata de una dama vienesa que, en el primer tercio del siglo XIX, tuvo tratos con Ludwig van Beethoven y dejó plasmada en su diario la fascinación que sintió por el gran genio de la música. Siempre he pensado que los biógrafos del compositor la han tratado con cierto paternalismo no exento de burla y por eso he querido homenajearla convirtiéndola en la heroína de mi texto, basado –con bastante fidelidad– en su diario pero cuya acción se traslada de la Viena del Congreso al Madrid de 1964-69.

He dicho heroína pero sería más propio llamarla antiheroína. Fanny es una mujer de su tiempo (la Viena del Biedermeier o la España de los «veinticinco años de paz»), es todo lo contrario a lo que puede y debe aspirar una joven de hoy en día. Sin embargo, su sentimiento es tan sincero y conmovedor que, si procuramos no cometer el error, tan habitual hoy en día, de sacarlo de contexto, nos puede contagiar sus emociones y no dudo de que Fanny gozará de la simpatía de quienes la conozcan.

Tras Un escritor en ciernes viene El loco del puente, poco más que una tragicomedia juvenil que data, con seguridad, de los años inmediatamente posteriores a la finalización de mi carrera, cuando aún sentía cierta nostalgia por mi época estudiantil –y cuando mi forma de escribir era más que ampulosa... 

Vanidad fue mi primera incursión en el género fantástico y también el primer relato que presenté a un concurso literario, por supuesto sin éxito. 

Huellas ferroviarias en el valle del Alberche más que un cuento es un breve ensayo, unas impresiones causadas por los restos del modesto ferrocarril nonato que tuvo la pretensión de unir Madrid con Extremadura y Portugal pero apenas pasó de San Martín de Valdeiglesias. Es el único de mis textos que ha obtenido un premio. 

Revancha fue fruto de eso que he llamado «efusión literaria», que proseguía tras la terminación de Variaciones sobre tres nombres, la primera novela que fui capaz de concluir. Tiene mucho que ver con ella, aunque no lo parezca. 

Viaje astral por Getafe es un arabesco hecho en homenaje a la ciudad en la que vivo desde hace más de veinte años y a sus gentes, aunque sea a través de la ironía –no siempre piadosa. 

Con El viaje de Beatriz quise compensar, de alguna manera, a un importante personaje de mi novela El cerro de Garabitas, por su tardía aparición en la historia. 

Próxima estación… está bastante en su línea; él y el anterior son los relatos más «Generación Subway» de todos. 

El asunto de Una cantata de Navidad no es muy difícil de deducir; su fuente de inspiración fue la maravillosa obra musical del mismo nombre, del compositor francosuizo Arthur Honegger. 

Al intento de incursión en la lírica de El paraíso es… sigue La residencia, un cuento que es un homenaje a Poe y que se basa en un relato que escribí en 2002, tras una visita estival a una residencia similar en la costa de Málaga, y cuya versión original incluyo en el Apéndice de este libro. 

Mas para incursión en lírica la de Un beso, un sueño, lo más cercano a la poesía que haya escrito jamás. 

Otra vez el Edén en el título de Dos paraísos, donde se nos propuso la utilización de la célebre frase de Borges relativa a las bibliotecas. 

En Lo importante destaco el contraste entre la superficial vida que llevamos hoy en día y la sencillez de quienes saben lo que merece la pena de verdad. 

El Villancico de los niños que ya no tienen casa vuelve a la Navidad y vuelve a la música, pues ese es el título de la canción de Claude Debussy que me dio pie para este texto. Más que un cuento es una pequeña escena teatral de la cual hago protagonistas a mi querida inspectora Susana Gutiérrez y a su pareja, Asís. 

Por último, Patricia, que no dio tiempo a insertar en la primera edición y que es un homenaje a Virginia Woolf y a su forma de entender la literatura –con la que coincido bastante– y la vida de las mujeres. 

Para terminar, me vuelvo a dirigir a ti, que tienes este libro abierto, para desear que disfrutes de él.

(*) Ni que decir tiene que la novela del mismo título, protagonizada por la inspectora Gutiérrez y de la que ya hablé por estos pagos, está basada en parte en este cuento.

9.7.18

Segunda edición de "La vida ha de seguir"



¡Una segunda edición! ¡Gran noticia! No, no es una gran noticia. No es que la gente se haya peleado por conseguir la primera y la hayan agotado en nada de tiempo. En octubre de 2016 salieron a la luz los cien ejemplares (¡cien ejemplares!) de La vida ha de seguir, publicados por Playa de Ákaba. Yo me encargué de distribuir bastantes de ellos (sobre todo entre familiares, amigos y conocidos) y el resto, supongo, se fueron vendiendo poco a poco. Muy poco a poco. El pasado mes de mayo, no me preguntéis por qué -más que nada porque no podría responderos-, me hice con todo lo que quedaba de aquella tirada inicial, que, a decir verdad, tampoco era mucho. Así que ya no es posible conseguir el libro editado por Playa de Ákaba. Esta benemérita editorial, a la que debo la salida a la luz de mis primeros textos de ficción, parece haber desaparecido, por desgracia (probad a entrar en el enlace que os acabo de poner). Espero que no sea más que un paréntesis y que pronto vuelva a la carga, con Noemí Trujillo al frente.

Dicho esto, es evidente que quiero que mi novela siga disponible, aunque no mucha gente se interese por ella. Lo quiero porque según la crítica más implacable que conozco, mi chica, es lo mejor que he escrito. Me gustaría que mucha gente pudiera leer estas memorias de Clara Ruiz, en las que he intentado repasar un periodo interesantísimo de nuestra historia a través de las vivencias de una persona que se tuvo que abrir camino sorteando muchas dificultades. Por eso, y gracias a la generosidad de Playa de Ákaba, que no se reserva ningún derecho sobre los textos que publica -salvo, claro está, en lo referido a su edición-, saqué esta segunda edición autopublicada y disponible en Amazon (tanto en papel como en formato Kindle).

No voy añadir más a este preámbulo, pues quiero compartir aquí el prólogo -aunque lo llamé "proemio" para no confundirlo con el "prólogo" que viene inmediatamente después- que escribí para esta segunda edición (también podéis leerlo de forma gratuita en Amazon, junto con las primeras páginas de la novela). Aquí lo tenéis:

PROEMIO PARA LA SEGUNDA EDICIÓN  

Al decidirme a sacar por mi cuenta una segunda edición de esta novela, he creído conveniente escribir esta breve introducción para explicar los motivos que me han llevado a ello. Antes que nada, he de agradecer a la editorial Playa de Ákaba y a su alma, Noemí Trujillo, la oportunidad que dieron a estas memorias de ficción para que vieran la luz por primera vez en octubre de 2016. Sin embargo, mi proverbial precipitación me llevó a no revisar todo lo concienzudamente que hubiese debido el manuscrito, de modo que en la primera edición aparecen bastantes erratas y errores que es muy posible que pasen desapercibidos para una gran mayoría, pero que a mí me zahieren cada vez que caigo sobre uno de ellos. Así que me he puesto a la tarea de limpiar el texto para presentarlo exento de esas erratas y esos errores cuya responsabilidad, como he dicho antes, es solo mía. 

Quiero además indicar que casi todo lo que sigue en el texto es ficticio, incluida la autora del prólogo, Clara Aguilera. Digo esto porque en algún sitio he visto que hablan de ella como si hubiese existido en la realidad y hubiese firmado la introducción (y el epílogo) de mi novela. Por supuesto que tiene relación conmigo, pero es la del creador con su criatura, nada más. Tan producto de mi imaginación es esta Clara como la que es protagonista de la novela, a la que he utilizado para dar un repaso a una época de la historia de España que me fascina. Por cierto, he intentado ser lo más riguroso posible en la adecuación histórica de la narración, aunque me he tomado alguna pequeña licencia –sin gran transcendencia– que supongo detectarán quienes conozcan muy bien el devenir histórico de nuestro país. 

Nótese que en una frase anterior he dicho que «casi todo» lo que sigue es ficticio; es cierto, pero no puedo negar que los recuerdos de aquellos tiempos difíciles que tantas veces me contó mi abuela Asunción se han colado de una u otra manera entre las peripecias de Clara Ruiz de Segovia, sobre todo en los capítulos referidos a la guerra civil en Madrid. Además, alguno de los personajes y alguno de los escenarios tienen su inspiración real. Pero creo que esto no es importante para seguir esta historia. Solo espero que quien la lea disfrute al menos tanto como yo lo hice al escribirla.

Aunque ya lo he puesto antes, aquí tenéis el enlace por si tenéis interés en leer estas memorias de Clara Ruiz.

28.5.18

"Variaciones sobre tres nombres": una presentación virtual


Como ya me encargué machaconamente de recordar en este y otros lugares, el pasado jueves, 24 de mayo, estaba prevista una presentación de mi novela Variaciones sobre tres nombres en la Biblioteca Pública "Eugenio Trías", de Madrid. Esa biblioteca tiene una ubicación magnífica, en pleno parque del Retiro, donde antiguamente estaba la Casa de Fieras (que servidor llegó a conocer). Aquel día los hados meteorológicos se conjuraron para evitar el acontecimiento y el riesgo de tormentas con fuertes vientos provocó el cierre del parque y, con él, de la biblioteca. Así que mi pobre novela (tiene mala suerte) se quedó compuesta y sin presentación. Por eso voy a recurrir a este sitio virtual para, aprovechando las preguntas que amablemente me adelantó Jesús de Matías Batalla, periodista y escritor que iba a encargarse de la presentación, hablar de ella, siquiera brevemente, como tal vez lo hubiera hecho aquel día de haber podido. Vamos allá:

Pregunta: Variaciones sobre tres nombres es una novela histórica ambientada en el Madrid de comienzos de siglo y cuenta las tres historias relacionadas, entretejidas, de tres mujeres jóvenes y pioneras; Adriana, Rosalía y Josefa. Háblanos en primer lugar de cómo Madrid es una ciudad literaria en tu novela.

Respuesta: En casi todo lo que he escrito Madrid es protagonista o al menos así lo he intentado. Desde muy pequeñito me ha encantado la villa que me vio nacer, que me parece la más bonita del mundo (aunque sé que no lo es, en este caso no puedo ser objetivo). De hecho, tengo otro blog dedicado a los nombres de sus calles. Creo que no podría haber concebido la novela con una ubicación diferente. Incluso los apellidos, los títulos de algunos de los personajes, ciertos lugares (Valnegral, Alcubilla, Sotillo, Luján...) tienen mucho que ver con Madrid y su historia. Y hablando de historia, yo tampoco llamaría a Variaciones una novela histórica, yo diría que es una novela de amor situada en cierto contexto temporal, que podría haber sido otro cualquiera.

P.: Estas tres mujeres son pioneras, aunque no públicamente, por la reivindicación de la libertad de la mujer, Sobre todo de dos libertades: la de pensamiento por medio de la literatura y la cultura y de la sexual. En primer lugar, cuéntanos cuál es el papel de la literatura en la vida de estas mujeres.

R.: Para Adriana es una vía de escape, un modo de huir de sí misma, así que se puede tener una idea ambivalente de cómo la utiliza. Por un lado es su modo de acceder a la cultura, a crearse un pensamiento propio, lo cual, cree ella, la hará más libre, pero por otro es un parapeto tras el cual esconderse y de ese modo no enfrentarse a sus miedos, a su realidad, a lo que siente de verdad. Para Josefa, sin embargo, es su ventana al mundo, por la que se puede asomar desde el cerrado círculo en el que vive. Rosalía es un caso aparte, ella piensa en otras cosas y actúa de una manera del todo diferente.

P.: Madrid, España y el mundo entero siguen hipócritas en muchos sentidos. La libertad sexual, la intimidad sexual de las personas, sigue siendo un tabú enorme. Estados Unidos es al mismo tiempo el país más puritano y el que más pornografía crea. En Madrid, en esta época, ¿cómo es el ambiente sexual que retratas en Variaciones sobre tres nombres?

R.: En la novela se narra sobre todo la intimidad de las protagonistas, así que su vida sexual no se airea, aunque en algunos momentos quieran hacer un intento de mostrar sin tapujos sus sentimientos. En cualquier caso, si en la actualidad todavía hay que reivindicar que no se estigmatice o se agreda a la gente por mostrar en público lo que siente, cabe imaginar lo que ocurriría a finales del siglo XIX, cuando además esas cosas se consideraban "enfermedades". De todos modos, mis protagonistas son unas privilegiadas, están en la capa más alta de la sociedad, donde siempre es más fácil ser hipócrita...

P.: Cuéntanos lo que quieras sobre el libro Les chansons de Bilitis, de Pierre Louÿs, y de su importancia en la trama.

R.: Sabía de la existencia de esos poemas desde hace mucho, ya que Claude Debussy puso música a tres de ellos (y también compuso algunas piezas para acompañar al recitado de otros), aunque no conocía a fondo su historia. En mi novela sirve para que las protagonistas despierten, de una manera u otra, y no piensen que lo que sienten es enfermizo o inmoral. En esos poemas se cuenta el amor sáfico por primera vez como algo puro, bello y no como una tragedia que siempre tiene que acabar con la muerte de la protagonista o su caída en la locura. Y fue, por desgracia, un caso aislado. No hace mucho vi Carol, la película basada en una novela de Patricia Highsmith de la que se dice precisamente lo mismo (¡pero ya en los años cincuenta del siglo XX!): por entonces había bastantes historias en las que se contaba el amor entre mujeres, pero siempre terminaban mal y The Price of Salt (la novela en la que se basa la película) fue una pionera excepción.

P.: Estos dos son los ejes principales de la novela. Pero también hay una parte de retrato social de la capital de España y la ciudad por antonomasia de veraneo de las clases pudientes españolas, como es Santander. ¿Cómo es la sociedad en la que se mueven Adriana, Rosalía y Josefa?

R.: Ellas viven, como he dicho un poco antes, en lo más alto de la sociedad. Son unas privilegiadas. Sus problemas son otros, no los que tenían la mayor parte de los madrileños y los españoles por entonces. En esta novela no hay crítica social, no siendo la de su hipocresía y su rigidez, algo que aún hoy perdura, tal vez de otro modo, pero ahí sigue.

Bueno, es todo. Poca cosa, pero como se suele decir, menos es nada; espero que os haya servido para saber algo más acerca de Variaciones sobre tres nombres.

8.5.18

"Un escritor en ciernes" y "La novena", dos nuevos casos de la inspectora Gutiérrez


Marta Nieto
(Foto CC BY-SA 3.0 Jerry Management)

¿Que por qué empiezo esta entrada con una foto de la actriz Marta Nieto? Muy sencillo. Es un regalo por aguantarme. Si os queréis imaginar el aspecto de la inspectora Susana Gutiérrez, pensad en ella. Si algún día hicieran una serie con mi inspectora de protagonista y si me dejasen elegir ella sería quien interpretase a una de mis criaturas favoritas... (Si la queréis ver más "en Susana", mirad aquí). 

Pero bueno, hemos comenzado desvariando un poco, ¿no? Sí, bastante. Aunque no os ha de extrañar demasiado, ya que las dos novelas de las que os voy a hablar hoy son, en cierto modo, fruto del desvarío, pues algo de locura hay en esto de que a uno le guste escribir y en ocasiones se desata...

Un escritor en ciernes


Hace unos veinte años escribí un cuento que se titulaba así, Un escritor en ciernes. El protagonista, un aprendiz de escritor, un aficionadillo con ciertas ínfulas, se enfrentaba al proceloso mundo de los premios literarios. La idea me vino de una noticia que vi en un telediario, relacionada con un certamen en el que el jurado tenía la deferencia de recibir a los participantes no premiados para explicar el motivo de que su magnífica obra no hubiese sido la elegida. Lo que vi y oí en ese reportaje se me quedó grabado, tanto como para incluir la escena en aquella historia que, dicho sea de paso, tenía mucho de sarcástica (y tal vez algo de mala baba...) Pasado el tiempo, metido yo mismo de uno un otro modo en ese mundillo de los aprendices de escritores, sentí la necesidad de reírme un poco de mis propias ínfulas, algo que nunca viene mal. (¿Que no tengo ínfulas? Releed el primer párrafo de este mensaje...) Por suerte para mí, mi chica, una de las personas más sensatas que conozco, me suele poner los pies en el suelo. En mis delirios, a veces la comparo con esos esclavos que en los triunfos de los generales romanos iban a su lado para decirles al oído "recuerda que eres mortal" y que así las muestras de admiración que veían no se les subieran a la cabeza. En mi caso no es que haya habido muchas muestras de esas, pero también necesitaba flagelarme un poquito. Y para ello me aproveché de mi querida inspectora Gutiérrez, a la que hice pelearse con aspirantes a escritores en esta historia, en la que nos la encontramos estupefacta en más de una ocasión a cuenta de lo que se encuentra. También saqué partido a aquel añejo cuento, alguna de cuyas frases -incluso algún párrafo- recuperé en esta breve novela que escribí entre octubre y diciembre del año pasado y de la que no hablé en el momento de sacarla a la luz porque estaba ocupado con otros asuntos, como bien sabréis quienes tengáis la tremenda amabilidad de frecuentar esta bitácora. Y, cómo no, me serví de mi experiencia personal en estos meses, muchas veces gratificante, otras no tanto.

La novena


Y, claro, Susana se tendría que vengar por utilizarla así... Mucha autoflagelación, sí, pero eso de creerse un diosecillo y hacer con tus personajes lo que te venga en gana... Llegó la novena novela protagonizada por ella, una historia que tenía que ser singular por cuanto el nueve es un número mágico para los amantes de la música, como lo soy yo y como lo es ella. Nueve sinfonías compuso Beethoven, al igual que otros grandes genios como Schubert, Bruckner, Dvořák, Mahler... Bueno, en realidad Schubert terminó siete y media, Bruckner compuso once, Mahler, supersticioso él, hizo una trampa para que la Novena fuese realmente la Décima... ¡Vale, vale! Me estoy yendo por los cerros de Úbeda. Esto no es Modus mixolidius. Como iba diciendo antes de esta digresión musical, la novena historia protagonizada por Susana tenía que ser especial y he procurado que lo sea. Quien lea las primeras páginas -gratis en Amazon- no tardará en darse cuenta. Daré una pista: siempre me llamó la atención lo que hizo don Miguel de Unamuno en su "nivola" Niebla, o, para ser más exacto, lo que hace Augusto Pérez, uno de sus personajes. Una cita de esa "nivola" encabeza el "preludio" de este caso de la inspectora Gutiérrez. Si en Un escritor en ciernes yo saldaba de alguna manera cuentas conmigo mismo como aprendiz de escritor, en La novena es mi personaje más querido quien lo hace. Y aquí lo dejo. En la trama, un estudiante muerto en una biblioteca -otra obsesión del autor, ¿por qué será?- y una secta de chiflados buscando hacer una fechoría importante.

(Por cierto, he sabido que hay otra novela que se titula así, La Novena -en mayúsculas, ahora veréis por qué-, cuya autora es la escritora chilena Marcela Serrano. La suya va en mayúsculas porque se refiere a una finca -un fundo, como dicen por allí- donde vive su exilio interior el protagonista, durante la dictadura de Pinochet. La mía no es más que un humilde ordinal...)

¿Dónde consigo estas dos nuevas historias?

Muy sencillo, en Amazon las tenéis tanto en papel como en formato Kindle. Os pongo los enlaces para que tardéis menos:



Epílogo

Y no os olvidéis de que el 24 de mayo se presenta Variaciones sobre tres nombres. Es en la Biblioteca "Eugenio Trías", en pleno Retiro. No faltéis.





9.3.18

Por fin salió "Variaciones sobre tres nombres"


Ya está a la venta en Espacio Ulises. Variaciones sobre tres nombres, una novela de la que estoy hablando mucho en las últimas entradas, de la que ya hablé en su momento en esta bitácora cuando la autopubliqué en Amazon. Ahora sale, por fin, en una editorial, en la benemérita Playa de Ákaba, cuya alma es la incansable Noemí Trujillo, a quien expreso desde aquí mi agradecimiento por acordarse de mí y que ya ha tenido la osadía de editar dos libros más de este aprendiz de escritor.

En la entrada de este bitácora que os enlazo ya describí Variaciones como una novela de amor, que no erótica (aunque haya escenas de cama), el amor que se crea, se transforma y se destruye entre las tres protagonistas. Pero no solo de ese amor, también creo haber reflejado en sus páginas la pasión por los libros y la literatura. Los libros son protagonistas también, al igual que lo es la biblioteca de Adriana, lugar de descubrimiento por excelencia, lo es Les chansons de Bilitis, de Pierre Louÿs, hilo conductor de la historia. En mi osadía, he hecho aparecer incluso a uno de mis ídolos literarios, don Benito Pérez Galdós, como personaje en mi historia. Os voy a reproducir aquí el pasaje en el que aparece el genio canario, acaso el escritor que mejor supo reflejar la villa de Madrid y a sus gentes en sus escritos. Así podréis catar la novela y tal vez os animéis a haceros con un ejemplar (o tal vez no). Allá va:

      No tardamos, tras dejar atrás la calle de Espoz y Mina, en llegar a la Puerta del Sol. Una vez en ella, Adriana tiró de la manga de mi vestido para que me fijase en un caballero que venía paseando desde la calle de la Montera y se dirigía a la Carrera de San Jerónimo. Era alto y delgado, estaba  enfundado en un severo traje de color azul marino y tenía un gran mostacho algo canoso que casi escondía, al igual que su sombrero hongo, su rostro, en el que centelleaban unos ojillos nerviosos.


      –Qué extraño, es Galdós –me dijo Adriana, lo cual me dejó en suspenso–. En los últimos tiempos es muy caro de ver. Nada más que se dedica a su trabajo. Seguro que viene de la calle de Hortaleza, donde tiene su nueva casa editorial, o bien del paseo de Areneros, donde se acaba de marchar a vivir, y ahora acaso vaya al café de la Iberia para la tertulia, aunque ya se deja caer poco por allí. Vamos a saludarle. 
      Me quedé atónita. ¡Iba a conocer a don Benito Pérez Galdós! ¡A mi dios literario! Adriana, con una actitud que me pareció un poco descarada, salió al paso del escritor, que parecía despistado –o se lo hacía– y dijo:
      –¡Don Benito! ¡Dichosos los ojos!
      –¡Querida Adriana! –dijo don Benito, un tanto apurado– ¡Eso debiera decir yo, dado el tiempo que hace que no viene a saludarme!
      –Tiene razón, don Benito, pero ya sabe que, como a usted, me gusta poco salir si no es para algo útil, aunque hoy me vea por aquí. La verdad es que se lo debo a mi querida amiga doña Josefa Sanabria, baronesa de Guaymón, que tengo el gusto de presentarle.
      Don Benito, que, al saludar a Adriana se había quitado, nervioso, el sombrero y había besado su mano, hizo ahora lo mismo conmigo.
      –¿Guaymón? –me preguntó–. Me suena a Puerto Rico, ¿no es así?
      Yo estaba paralizada por la emoción, así que solo pude asentir.
      –¡Tiene gracia! –prosiguió él–. ¿Sabía usted que yo fui diputado por Guayama en el ochenta y seis? ¿Conoce usted ese pueblito?
      –No, señor, vine de la isla con dos años –dije a duras penas, como una colegiala a la que pregunta una visita ilustre en una escuela de aldea.
      –Pues entonces igual que yo, que ni he pisado por allí –dijo riendo don Benito, que cortó en seco la conversación, saludó y siguió su camino. A mí el corazón se me salía por la boca. Adriana se dio cuenta y se echó a reír de buena gana, risa que me contagió con rapidez. Añadió que tenía que estar contenta, ya que don Benito era muy reservado, muy tímido con las personas que no conocía, pero que tal vez al ser yo una dama joven y guapa…
      Luego, mientras proseguíamos con nuestro paseo, me contó que se decía que don Benito y doña Emilia Pardo Bazán habían sido amantes. Ella se casó muy joven, pero su marido la había abandonado, horrorizado por algunas de las cosas que escribía. Eso causó nuevas risas y, en mí, ganas, casi ansias de leer aquello tan escandaloso que incluso llegó a provocar el fracaso de un matrimonio. Adriana me aclaró que en realidad eran una serie de artículos que había titulado La cuestión palpitante y que trataban sobre literatura francesa, con lo cual, de momento, no fui capaz de entender la causa de tanto escándalo. También me dijo Adriana que, por otra parte, doña Emilia trabajaba mucho por las mujeres, por su educación y por su libertad, algo que le había acarreado numerosas críticas y sarcasmos; incluso había intentado entrar dos veces en la Real Academia Española y en ambas ocasiones había sido rechaza da casi entre burlas solo por pertenecer al sexo femenino. Yo jamás había pensado en esas cosas, pero esto que me contaba Adriana me provocó bastante enojo, como siempre que me enfrentaba a algo que consideraba injusto. 
      Pero, volviendo a su relación con don Benito, ahora ya no estaban juntos. Él se había encaprichado de una tal Concha Morell, una aspirante a actriz que estaba medio loca –acababa de convertirse nada menos que a la religión israelita– y es muy posible que su cambio de domicilio –hasta hacía muy poco había tenido su residencia en la plaza de Colón, no demasiado lejos de nuestra casa– se debiera a que la Morell tenía por allí cerca su morada. No dejó de asombrarme que una persona como Adriana, que había vivido casi enclaustrada, estuviese tan al tanto de la vida y milagros de otras personas, pero luego caí en la cuenta de que su correspondencia –tanto enviada como recibida– no era escasa y entre ella habría muchas cartas de gente que la tendría bien informada de estos devaneos y de otras cosas más o menos frívolas.

Bueno, si esta muestra os ha gustado, ya sabéis dónde conseguir la novela. ¡Ah! Y recordad que el 24 de mayo se presenta en la biblioteca "Eugenio Trías" de Madrid (aunque ya os lo recordaré a medida que se acerque el evento).



28.2.18

Acaba febrero y llegan marzo y "Variaciones sobre tres nombres"


(Pulsa en la imagen para conseguir el libro en Espacio Ulises)

Ya llega marzo. Y con él, la publicación de Variaciones sobre tres nombres en Playa de Ákaba. Sale a la venta el día 5, pero aún podéis pedirla en preventa y obtener un descuento. Por fin la primera novela que conseguí concluir tendrá una buena edición, mil veces revisada y pulida. Y lo mejor no es eso, sino que además voy a poder hablar de ella. El próximo día 24 de mayo se presentará en la Biblioteca "Eugenio Trías", en pleno Parque del Retiro. Lugar inmejorable para una historia en la que Madrid es una de las protagonistas, junto a las tres mujeres cuyos nombres le dan el título. Animaos a conseguirla y a venir a la presentación. Estaré encantado de hablar sobre ella.