28.9.05

Bibliotecarios desesperados


Tocaba mensaje bibliotecario y, la verdad, una vez acabados los exámenes y desaparecidas las hordas de los hunos parece que uno se queda sin argumentos. ¿De qué hablar? La ayuda me ha llegado desde la lista Iwetel, en la que se hace referencia a una noticia curiosa que proviene, cómo no, de Estados Unidos. Un grupo de bibliotecarios de una zona rural de Wisconsin han creado Desperate Librarians, un calendario en el que han posado desnudos para recaudar fondos. Como se puede ver en la foto, cubren sus partes pudendas con ejemplares de gran formato posiblemente sacados de sus bibliotecas. Cuentan con página Web propia.

Según leo, se trata de cinco directores de biblioteca de mediana edad y de una auxiliar de 32 años; cada uno ha puesto 200 dólares para la edición del calendario.

¿Cuál es el origen? Craig Lahm, que durante 32 años ha sido director de la biblioteca de Kaukauna, en Wisconsin, está a punto de jubilarse. Sus colegas del sistema bibliotecario de la zona deseaban hacerle un regalo de campanillas y en principio pensaron en un calendario más "convencional", con sus fotos, pero con ropa. Sin embargo, vieron que costaba mucho; decidieron hacer como el servicio local de bomberos: elaborar un calendario que luego se podría vender para así recaudar fondos. Lógicamente, se vendería mucho más si los protagonistas posaban como vinieron al mundo, lo cual echó para atrás a seis de los doce bibliotecarios que tuvieron la idea primigenia.

Entre las modelos están Ellen Connor, directora de la biblioteca de Manawa, de 45 años; Lucie Erickson, directora de la biblioteca de Weyauwega, la mayor de todas con 60 años recién cumplidos; Elizabeth Timmings, directora de la biblioteca de Seymour, y la más joven, Lisa Hein, de 32 años, ayudante del director de la biblioteca de Marion.

Ya sabemos que por aquí copiamos todo lo que se hace en las bibliotecas anglosajonas. Habrá que empezar a ir al gimnasio...

(Resumen de la noticia que se puede leer en: http://www.jsonline.com/news/state/sep05/356798.asp)

7.9.05

La terrible "vuelta al cole"


Muchas son las cosas que me fastidian de la vuelta al trabajo (como a casi todo el mundo). Una, que se acaba el verano, que es mi estación preferida, y otra vez hay que afrontar los "nueve meses de invierno". Otra, que siempre retumba en la cabeza la espantosa canción del Dúo Dinámico (peor aún si alguien la canta cerca de mí). Otra (de las peores), el aluvión de colecciones estúpidas que se ofrecen por fascículos cuando agosto llega a su conclusión (¿pero realmente hay alguien que coleccione dedales, barriguitas [*] o haga casas de muñecas andaluzas...?)

Y otra es que al volver uno se encuentra la biblioteca en plenos exámenes. Donde ahora trabajo no hay tanto problema porque no se puede decir precisamente que nos hallemos en poblado. Pero antes... La última quincena de agosto ya nos veíamos asaltados por las hordas de adolescentes tardíos medio histéricos en busca de su mesita, su sillita y su aire acondicionado. Volvían las quejas por todo: que no hay sitio, que me lo han quitado, que hace frío, que hace calor, que por qué no abrís ya hasta la una de la madrugada... Otra vez las carreritas para responder a esta vacua llamada al móvil que, por supuesto, estaba encendido a pesar de que un 80 % de los estudiantes digan en las encuestas que cumplen con la norma que obliga a tener el celular apagado en la biblioteca. Otra vez los múltiples paseos para lucir modelitos y bronce -ellas y ellos- o contarse las vacaciones (muchas veces he pensado que la mayoría de la gente que acude a la biblioteca en época de exámenes viene a hacer vida social, no a estudiar). Otra vez las colas en la puerta del edificio y la entrada tipo primer día de rebajas...

En fin, que el síndrome postvacacional se hace mucho más duro en septiembre si uno trabaja en una biblioteca universitaria.

[*] Barriguitas: pequeño muñeco que se hizo célebre entre las niñas en la década de los 70. Entonces no existían ni los móviles ni las gameboys

29.8.05

Crónica del "todo incluido"

(Playa de Butihondo, Fuerteventura)

Fuerteventura es árida, áspera, seca. Poco puede ofrecer su paisaje al viajero inquieto, que preferirá la cercana Lanzarote o cualquiera de las otras islas para regocijar la mirada. Por ello se está desarrollando en la tierra majorera un turismo peculiar, el del “todo incluido”. Los turistas se encierran en enormes complejos cercanos a alguna de las magníficas playas de la isla, donde son etiquetados con una pulserita de color y se dedican a consumir, consumir, consumir y consumir. ¡Como no cuesta dinero! (Se pagó antes de salir, iluso…)

Sorprenden las vacaciones estivales por la falta de pudor que ataca a los turistas. Sólo en esta época importa poco enseñar terribles barrigas, michelines, pieles de naranja, vello en la espalda, feos tatuajes seudocélticos, ubres caídas y pimentosas… Los turistas, luciendo su pulserita de plástico, se pasean sin vergüenza por la playa, toman cervezas en los bares de las piscinas y deambulan por aquí y por allá, mostrando todo lo que nunca mostrarían. Hablan a grandes voces diciendo habitualmente tonterías, gritan a los niños que están haciendo burradas en el agua y preguntan la hora no sea que hayan abierto ya el buffet. Y es que me asombré de encontrar a tanto paisano mío por allí (cuando digo esto me refiero a mis vecinos del extrarradio madrileño, pues tal cosa parecía gran parte de la gente que me encontré a 2.500 km. de casa. Ahora bien, también había personas más refinadas, como esos caballeros que peinaban canas y coletas –había que mostrar los pendientes-, con esposa mucho más joven e hijos siempre desnudos en la piscina o la playa. Muy modelnos, sí señor.)

Fue precisamente en un paseo por la playa cuando me di cuenta de que había caído en las redes del “todo incluido”. Presté poca atención a mi pulserita desde que en la recepción del hotel me la colocaron. En mi zona de la playa tampoco reparé en ella porque todos mis vecinos de arena u olas la lucían. Pero al alejarme y entrar en la zona de influencia de otro hotel vi que la manchita roja en la muñeca empezaba a ser azul. Más allá, naranja. Un poco más, blanca. Todos estábamos marcados. En ese momento fue cuando me sentí bobo: yo era un producto etiquetado, con la etiqueta del “todo incluido”. Ese taxista de Móstoles, ese albañil de Sheffield, ese pastelero de Köln, todos éramos productos del turismo isleño, de una isla que sólo puede ofrecer impresionantes playas y el “todo incluido”.

Aun así, disfruté de lo lindo del “todo incluido”. Algunos, incluso más que yo. En el aeropuerto de la isla, a casi 90 km. del hotel, aún conservaban la dichosa pulserita roja…

3.8.05

Un repaso a mis ídolos: Wolfgang Windgassen

Texto trasladado a la bitácora Modus Mixolidius.

La caverna bibliotecaria: la catalogación



Resulta curioso que haya acuerdo entre dos sectores del gremio bibliotecario que podrían ser irreconciliables: los más rancios "intrusos" y los diplomados militantes: para ellos, la catalogación es la seña de identidad principal de la profesión. Pero no cualquier catalogación, sino la hecha conforme a las sacrosantas Reglas, que deben ser consideradas una especie de libro sagrado. En el caso de los "rancios" no es necesario explicar el porqué. En cuanto a los diplomados militantes, siempre recurren al tópico "ni ha visto unas Reglas de Catalogación" cuando se trata de ningunear al infame intruso. (En esos casos yo siempre suelo decir que, por fortuna, las Reglas de Catalogación más cercanas están un piso más abajo de mi despacho...)

¿Por qué aferrarse a unas Reglas que están absolutamente desfasadas? El formato MARC (Machine Readable Cataloguing), origen de las normas ISBD (International Standard Book Description) en las que se basan las Reglas españolas, se elaboró entre 1965 y 1969 y se convirtió en norma ISO en 1973. Ya ha llovido. Los ordenadores han evolucionado. Ya no es necesario un ingeniero para manejar bases de datos, ni un formato tan complejo para insertar registros en ellas. Desde hace ya bastante tiempo, los nuevos sistemas de búsqueda hacen innecesario encontrar un encabezamiento para un registro (paradigma de la catalogación "tradicional"), algo que para un "rancio" puede suponer toda una mañana de trabajo. Y eso para lograr algo que tenía sentido con los catálogos de fichas de papel en armarios, pero no con las bases de datos actuales. De lo que se trata es de que los usuarios logren encontrar con sencillez y de forma rápida lo que buscan: esos son los elementos de éxito de un catálogo (algo muy fácil de conseguir con los sistemas actuales de bases de datos), no que la descripción bibliográfica sea de una calidad exquisita conforme a las ISBD. ¿Para qué usar -y no querer adecuar a los tiempos que corren- unas Reglas y un formato vestustos, desfasados, ambiguos, que crean problemas en lugar de resolverlos...? Soy incapaz de comprenderlo.

¿Por qué los "rancios" y los diplomados militantes son tan refractarios al cambio? Ya ha habido intentos de simplificación. Creo recordar que hace algunos años unos profesores de la Universidad de Granada propusieron alternativas al obsoleto MARC y las normas derivadas de él, pero nadie les hizo ni caso. Siguen aferrados a un formato de bases de datos pensado para ordenadores de los años 60 del pasado siglo (véase la foto que encabeza este mensaje). Y están tan contentos. Además, cuando alguien critica las Reglas, dan la vuelta a la tortilla y agradecen el interés que se toma la gente por tan "querida" normativa. Tenemos la caverna entre nosotros y manda mucho.

22.7.05

"Intrusismo" y reconocimiento



(Me da la sensación de que este Duelo a garrotazos de Goya, que tan bien representa la forma de ser de los españoles, aparecerá más de una vez en esta bitácora: tengo idea de hablar en el futuro de los foros de música clásica en Internet...)

Desde noviembre de 1995 estoy suscrito a la lista de distribución Iwetel. Creada dos años antes, se trata del foro más antiguo y numeroso (más de 4.000 suscriptores) sobre bibliotecas y documentación en la Red. Quizá incluso sea el foro de discusión con más participantes en castellano. Es una lista que pasa por periodos de aburrimiento, aunque periódicamente se ve súbitamente alterada por el surgimiento de apasionados debates. De vez en cuando son muy interesantes, pero casi siempre tienen el mismo motivo: el "intrusismo".

La pauta suele ser siempre la misma: se publica una oferta de trabajo que bien ofrece unas condiciones económicas lamentables o bien se dirige a cualquier titulado o a titulados que no lo son en Biblioteconomía o Documentación. Inmediatamente se alza la voz indignada de algún recién diplomado o licenciado cuya ira, causada por ese ofrecimiento laboral, se dirige hacia la "plaga del intrusismo", los muchos "intrusos" que inficionamos esta bendita profesión.

Como dijo no sé quién, la juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo. Se pueden disculpar esas salidas de tono por eso mismo: estos jóvenes acaban de salir de sus escuelas o facultades, donde les han dicho que se iban a comer el mundo. Yo he leído por ahí una sentencia que imagino es la que inculcan a estos futuros profesionales: el combustible del siglo XIX fue el carbón, el del XX, el petróleo y el del XXI será la información (o el "conocimiento", como ahora gustan llamarla), y nadie mejor que ellos para gestionar este motor del mundo.

Pero cuando salen a esa jungla que es el mercado de trabajo se encuentran con esas ofertas penosas o ni siquiera dirigidas a ellos. Eso cuando no les ofrecen becas, becas y más becas. Su frustración la dirigen entonces hacia quienes trabajamos en esto sin tener ese título que amarillea en las paredes de alcobas o salitas de estar. Se puede entender, como he dicho antes, pero no compartir. Veamos por qué.

Las bibliotecas tienen 4.000 años de existencia a sus espaldas. En España, la diplomatura en Biblioteconomía y Documentación, poco más de 20 (bien es cierto que la Mancomunidad de Cataluña creó una "Escuela de Bibliotecarias" a principios del siglo XX, pero no creo que sea equiparable). No sé si quienes braman contra el "intrusismo" se habrán parado a pensar cómo funcionaron las bibliotecas hasta que en 1982 la Universidad de Granada creó la primera Escuela de Biblioteconomía en España...

Me da la sensación de que muchos diplomados creen que los puestos en las bibliotecas deberían ser para ellos, como vulgarmente se dice, "por su cara bonita". Cuando se quejan de que en las oposiciones se puede presentar cualquiera, yo siempre les respondo lo mismo: vosotros deberíais ser quienes ocupaseis esos puestos, por mera selección natural. Si sois los mejor preparados en esto no tendríais que preocuparos por la competencia. El problema es que esa "competencia", que muchas veces llega a esas oposiciones con un bagaje tan escaso como un curso de 40 horas en una academia, los supera. ¿Por qué no reflexionan sobre esto? Las famosas ofertas laborales en las que no se exige su titulación las hacen empresas que saben de la existencia de esa titulación (a veces vienen de la propia Administración). ¿Por qué nunca se paran a pensar que, sabiendo que existen, no los quieran? Yo tengo mis respuestas a estas preguntas, basadas en casi doce años de trato con becarios que tienen la diplomatura, pero casi prefiero reservármela por pura caridad cristiana. (Aunque a más de uno le recomendaría que estudiase cómo se prepara un bibliotecario en países como Estados Unidos, por si acaso encontraba por sí mismo esas respuestas).

No creo que el problema principal de esta profesión esté en el intrusismo. El nulo reconocimiento de la sociedad a nuestro trabajo (ya sabemos que se piensa en las bibliotecas como meros pudrideros de estudiantes en épocas de exámenes) sí que lo es. Y para atacar ese problema lo que hace falta es que todos juntos, los que tienen el título y los que no lo tenemos pero llevamos años en esto, trabajemos para dar a conocer lo que realmente ofrecemos. Dándonos de garrotazos entre nosotros pocas cosas se arreglarán...

15.7.05

¿Biblioteca o "kindergarten"?












Desde que empecé a trabajar en bibliotecas me di cuenta de que hay una gran cantidad de gente que cree que sólo sirven para que los estudiantes las ocupen en su época de exámenes. Hubo míticos debates sobre un asunto muy manoseado: ¿biblioteca o sala de estudio? Cuando llegan las épocas de exámenes a los alumnos parecen molestarles muy mucho esas enormes estanterías llenas de cosas que no utilizan (porque generalmente estudian apuntes). También parece que les molestan las pobres personas que tienen la infeliz idea de acercarse a una biblioteca pública en época de exámenes para leer una novela o el periódico. Inmediatamente han de volver a su casa, expulsados por esa horda de subrayadores de folios.

Pero no quería volver a reabrir ese debate, no sólo porque ya está demasiado trillado, sino también porque parece que ahora la disyuntiva es otra. Las últimas encuestas realizadas en mi biblioteca muestran que el principal malestar de los alumnos está en el ruido y el desorden que hay en la época de exámenes. Las mismas encuestas dicen que ellos saben de sobra que ese mal ambiente es responsabilidad suya, pero en lugar de hacer propósito de enmienda y decirnos que van a procurar ser más cívicos y responsables, nos piden que les llamemos la atención, que estemos encima de ellos y mantengamos el orden que ellos no saben guardar. En resumidas cuentas, convertir la biblioteca en una guardería. Por eso desde ahora será mejor plantear el debate de otra forma: ¿biblioteca o Kindergarten? (Por cierto, qué felices se quedan los papás en las épocas de exámenes...)

12.7.05

Hello, I was a librarian, now I'm a K.M.!



Sólo he publicado un artículo en una revista profesional. Por modestia no citaré ni el título del artículo ni el nombre de la revista: utilizad LISA, que allí aparezco. Ese artículo trataba de la crisis de identidad de quienes de dedican a esto de las bibliotecas y todas las actividades afines (documentación).

Las bibliotecas existen desde hace más 4.000 años: las tabletas de arcilla de Ebla se consideran la primera de ellas, hablamos de 2400-2250 años antes de Cristo. Desde entonces la apacible existencia de estos depósitos del saber transcurrió plácidamente y se creó incluso el arquetipo de la bibliotecaria (sí, porque tenía que ser mujer) malhumorada, con moño, gafas de pasta, etc. Ahora, la crisis provocada por la revolución tecnológica sacudió este adormecido mundillo. De repente, ya no podíamos ser bibliotecarios, teníamos que ser más. Pero en lugar de lograr este objetivo asumiendo nuevas tareas, afrontando nuevos retos, incorporando nuevas tecnologías, parece que se ha optado por la vía del cambio de nombre, a ser posible un acrónimo y mejor aún en inglés.

Así que ya no somos bibliotecarios, somos "knowledge managers" (casi mejor que "gestores del conocimiento", es más chic). Nuestras bibliotecas, especialmente las universitarias, se han de convertir en CRAI's, esto es, en Centros de Recursos para el Aprendizaje y la Investigación. Ya no tendremos que hacer formación de usuarios, sino ALFIN (Alfabetización Informacional: grfsñgg), apoyándonos en las TIC's y adecuando las RPT's para asumir los retos que impone el EEES y el nuevo sistema de ECTS. Desde luego, nuestro modelo de funcionamiento habrá de ser el del EFQM, como muy bien nos marca REBIUN, que como todo el mundo sabe, depende de la CRUE. Un modelo muy bueno será el del CBUC, cuyos miembros ya presumen en muchos casos de ser CRAI's.

El futuro ya está aquí. I'm a K.M.!!!

4.7.05

Fetichismo musical


Antes de empezar, quiero decir que mi intención es alternar asuntos: música, bibliotecas/libros, trenes, lo que sea... Para que la cosa sea lo menos monótona posible. Empecemos por la música.

Yo me defino como un audiófilo, nunca como un melómano (palabra que no me gusta y además me suena mal, qué le vamos a hacer). Un audiófilo y un fetichista musical: nunca me deshago de los discos que compro. En mis primeras etapas de comprador de discos me ocurrió lo que a mucha gente: equiparaba "Karajan" y "Deutsche Grammophon" con "calidad indiscutible" y lo que ahora bobamente se llama "referencias absolutas". Por eso me compré la Misa en si menor de Bach por Karajan, Turandot por Karajan (sí, esa en la que Plácido Domingo no llega en el "ti voglio ardente...") y otras caquillas por las que ahora no daría un real. Y sin embargo, no puedo deshacerme de ellas (envidio a los que montan mercadillos, pardiez).

El fetichismo tiene otro aspecto, en el que creo que aún no he caído. El de las "piezas de coleccionista" por las que algunos pagan lo que sea. Quizá el caso más claro de los que conozco sea el que encabeza este artículo. Por esa Sinfonía lírica de Alexander von Zemlinsky (1871-1942), grabada en 1981 e interpretada por Julia Varady y Dietrich Fischer-Dieskau, con Lorin Maazel dirigiendo la Filarmónica de Berlín hay quien paga cantidades desorbitadas en tiendas especializadas y subastas de Internet. Es un disco cuyo sello no tiene la más mínima intención de reeditar porque no es rentable. ¿Verdaderamente merece la pena? Ya os lo diré. Lo he encargado a una tienda alemana, en vinilo (que sonará mejor). Total, han sido 18,50 eurines de nada. Ñec, ñec, ñec...

Arranque

Hace poco he prometido no volver a escribir un mensaje en un foro de música clásica. Pero no dije nada de Blogs. Bueno, de bitácoras, que así es como oficialmente se llamará esto. No egocentrismo, ni exhibicionismo: ociosidad. Y de eso va: de música de la llamada "clásica" y de mis otros vicios: los libros, los trenes... Sólo hablaré de esta bitácora a mis amiguetes, cibernéticos o no. No será mal sitio de encuentro. Al menos, eso espero.

El Mixolidius.