28.11.06

Los problemas de la formación de usuarios


Más que clara ya mi postura como “alfinescéptico” (para mí, lo de la “alfabetización en información” no es más que un cambio de nombre, una operación cosmética que es una dramática llamada a la sociedad para que deje de ignorar nuestra existencia) y dado que me gusta ir a lo práctico (y aquello me parece que no ha pasado de lo teórico, leed este mensaje que publicó en Iwetel Víctor Quintanar García, que lo expresa mucho mejor que yo), quisiera analizar los problemas que padece la formación de usuarios, o al menos los problemas que yo he podido ver como testigo privilegiado tras doce cursos académicos dando formación de usuarios de todo tipo.

¿Por qué cuando organizamos un curso determinado muchas veces no acude nadie? ¿Es poco interesante el curso? ¿Somos malos formadores? ¿Aburrimos a las ovejas? No lo creo. Cierto es que las capacidades de comunicación de unos y otros son diferentes, pero cuando uno acude a un curso de formación de usuarios no creo que espere una actuación de “El club de la comedia”. A la pregunta de si es poco interesante el curso parece lógico responder que no, pero... ¿Acaso hemos pensado seriamente si ese u otro curso interesarán de verdad a nuestros usuarios? O, aún peor, ¿nos hemos parado a pensar si los usuarios a quienes estamos ofreciendo el curso sabían si existía o no la base de datos cuyo funcionamiento les queremos mostrar? Esta última pregunta contiene el que para mí es el meollo de la cuestión: el problema fundamental de la formación de usuarios es la falta de promoción de los servicios que ofrece la biblioteca, que además es un problema que no sólo afecta a la formación de usuarios, sino en general al concepto que de la biblioteca se tiene fuera de ella.

¿Hay que reaccionar ante esto cambiándonos de nombre y considerando analfabetos en información a todos los ciudadanos para hacernos valer? No lo creo. (Y menos cuando ocurren cosas como ésta, que para algunos de nosotros parecen no existir aun cuando demuestran a las claras que muchos pretenden comenzar la casa por el tejado). Hace falta mucha promoción, mucha mercadotecnia. Si alguien no sabe qué diantres es Inspec, Web of Knowledge, ABI-Inform, Aranzadi, difícilmente podremos ofrecerle un curso para aprender a manejarlos. Primero tendrá que saber que la biblioteca es más que un repositorio de apuntófagos, que ya no tenemos armaritos con fichas de cartón para saber dónde están los libros y que no todos somos señoras mal encaradas de 55 años con moño, gafas de pasta, rebeca y falda gris por debajo de la rodilla. Promoción, promoción y promoción. Mercadotecnia. Sirva esto como introducción para futuros mensajes, donde quiero hablar de esto. Para que veáis que soy capaz de otras cosas además de meterme con lo habitual y de criticar el neoliberalismo. Hablaré de experiencias propias de mercadotecnia tipo “vendedor de enciclopedias” y me aprovecharé de unos densos apuntes que recopilé para un curso que iba a dar en Valencia hace algunos años y que al final no pudo ser (¡la burocracia!) cuando ya teníamos billete de tren y habitación de hotel. Continuará...

22.11.06

Soy un anticuado...

(Foto "prestada" del espacio Flickr de mi compañero de fatigas Odd Librarian)
Sí, soy un anticuado. Aunque lleve navegando por Internet desde 1993, aunque desde ese mismo año esté trabajando en una biblioteca automatizada, aunque sea suscriptor de Iwetel desde 1995, aunque tenga cuatro bitácoras activas (¡¡el Web 2.0!!), aunque esté a cargo de algunos de los medios tecnológicos más punteros de mi biblioteca, soy un anticuado. ¿Por qué?
Razón 1: soy y seré un bibliotecario que trabaja en una biblioteca
Y, por lo tanto, ni soy ni seré (con todos mis respetos para quien sí quiera o desee serlo) un "alfinero" (luego voy con ello, paciencia) ni trabajo ni trabajaré en un "CRAI". ¿Quiere decir esto que soy el espíritu de la contradicción como me decía mi abuelita? No. Con lo del "alfinerismo" iré luego, pero ahora me quedo en lo de bibliotecario y biblioteca disfrazada tras las siglas CRAI. Tras la revelación que para mí supuso el artículo de Stephen Foster del que hablé en la anterior entrada, me encontré con otro que más o menos va en la misma línea (y no he hecho más que empezar a buscar), firmado esta vez por David Isaacson (bibliotecario de la Western Michigan University) y que se titula Hablemos de bibliotecas, no de "alfabetización en información" (por si alguien lo quiere consultar, he aquí su referencia: Isaacson, D. "Let's Talk Libraries, Not 'Information Literacy'" Library Journal, 2003, vol. 128, núm. 19, p. 42). Varias frases entresacaré de ese interesante (y reciente) texto, la primera de las cuales es:
Sé que muchos bibliotecarios quieren llamarse a sí mismos cualquier cosa menos bibliotecarios
Y yo digo ¿por qué? Hace tiempo publiqué un artículo en el que reflexionaba sobre la "crisis de identidad" que nos afectaba y nos sigue afectando. Una crisis que nos lleva a cambiarnos el nombre para que no nos relacionen con el pasado. Ya no tenemos bibliotecas universitarias, tenemos CRAI (o eso pretendemos, más adelante hablaré de esto), ya no formamos a los usuarios, los alfabetizamos. Todo como consecuencia de, en palabras de Foster:
... el hecho de ser olvidados por el Sistema, un esfuerzo para negar la posición auxiliar de las bibliotecas inventando un mal social contra el cual los bibliotecarios, como “profesionales de la información”, son los únicos cualificados para luchar.
Como yo creo que nuestra lucha ha de ir en otro sentido (¡comunicación, promoción!), me niego a cambiarme el nombre y a cambiar el nombre de lo que hago. Por otra parte, un estudio detallado de lo que se propone dentro del modelo CRAI (como modelo sí que me parece estupendo, como simple cambio de nombre, no) comparándolo con lo que, por ejemplo, ahora mismo ofrece la biblioteca en que yo trabajo, me hace ver que la inmensa mayoría de lo propuesto ya lo cumplimos. Se nos dice que estas adaptaciones responden al presumible "cambio de paradigma en la enseñanza" que supone el llamado Espacio Europeo de Educación Superior, pero de esto hablaré un poquitín más adelante.
Razón 2: como creo que mis usuarios no son analfabetos, no sé por qué tengo que alfabetizarlos además de formarlos
Siempre me ha parecido en exceso agresivo eso de la "alfabetización". ¿Acaso tenemos que considerar analfabetos a todos nuestros usuarios? En algunos casos me parece que esa es la idea y por supuesto no la comparto. ¿Se puede considerar que todo el que no ha pasado por un supuesto programa de "alfabetización en información" es un analfabeto, que no cumple las premisas que determinadas organizaciones han propuesto para considerar lo contrario? De todos modos, antes de empezar la casa por el tejado, tal vez habría sido necesario estudiar el grado de "alfabetización en información" existente en la actualidad. ¿Alguien se ha molestado en hacerlo? (Sé que en este punto habrá quien piense en la llamada "brecha o fractura digital", pero eso no es más que la constatación de un problema socioeconómico real, no un estudio de la alfabetización digital o en información) ¿Alguien ha definido un método normalizado, preciso, exacto y repetible -como ha de ser en todo método que quiera ser medianamente científico- para determinar el grado de analfabetismo en información que padecen nuestras poblaciones? Y después, ¿alguien ha pensado en un método normalizado, preciso, exacto y repetible para deteminar el grado el alfabetización conseguido después del paso por los supuestos programas? Porque lo que no me vale es por un lado decir que, por ejemplo, los alumnos de cierta universidad no saben dónde buscar información (¿es un problema de "analfabetismo" o de mala promoción de los servicios bibliotecarios?) como "prueba" de que es necesaria esa alfabetización o que durante X años han pasado tropecientos y pico usuarios por los supestos programas como "prueba" de que esa población pasa a estar alfabetizada. Y cuando digo "supuestos" para referirme a los programas no es que dude de su existencia, simplemente es que me parece que no son sino los programas de formación de usuarios de toda la vida adaptados a la tecnología actual, pero con otro nombre, más "mesiánico", más "sexy", más "presentable" al mundo no bibliotecario. En palabras de Isaacson:
Yo quiero hablar a la gente sobre la utilización de las bibliotecas (...) Me importa un bledo si están alfabetizados en información o no.
Por tanto seguiré trabajando en la formación de usuarios para hacerla cada vez mejor y más eficaz, para lograr que los usuarios consigan saber dónde buscar y me dejaré de milongas sobre "aprender a aprender" y sobre si el uso que hagan esas personas de la información será bueno o malo o servirá para "generar conocimiento". Ése no es mi negocio.
Razón 3: albergo serias e inquientantes dudas sobre lo que se nos viene encima
Y me refiero a "lo de Bolonia". No me voy a meter en consideraciones sociopolíticas como la posible entrega de la universidad a la empresa privada y a que sea el mercado de trabajo el único eje de su funcionamiento. Me refiero al tan nombrado "cambio de paradigma" en la enseñanza: de la actual transmisión de conocimientos al "aprendizaje casi autónomo". Se habla de que en los créditos constarán las "horas de trabajo personal" de los alumnos. ¿Cómo se van a medir? ¿Van a hacer fichar a los alumnos cuando entren y salgan de la biblioteca? ¿Nos van a poner a los bibliotecarios a controlarlo? Y el estudio en su casa ¿cómo se va a medir? Demasiadas preguntas con difícil respuesta. Pero la que últimamente yo me hago mucho es otra: ¿realmente ese cambio de "paradigma" es un progreso, una ventaja? Creo que todo el mundo está de acuerdo en que hay que reformar la manera de enseñar, que la clase magistral y los apuntes tienen que quedar atrás como única forma de transmitir el saber pero, ¿como reacción hay que dejar que el alumno "se busque la vida" con el profesorado quedando en mero "asesor"? Hago mía la opinión del colectivo "Profesores por el conocimiento":
Sin que nadie cuestione la necesaria proyección profesional de los estudios universitarios, cabe preguntarse a quién beneficia tan completa subordinación de la enseñanza superior a las exigencias del mercado laboral y si la generación, preservación y transmisión de valores cognitivos que tradicionalmente ha caracterizado a la universidad, primero, no es la forma de servicio a la sociedad propia de esta institución y, segundo, a qué razones obedece el hecho de que ahora dicha transmisión se presente en abierta oposición al ejercicio profesional como si ambas cosas resultaran incompatibles.
Si la universidad ya no debe transmitir conocimiento, el profesor deja de ser un docente, para convertirse en un consejero, un motivador, un orientador, un compañero, e incluso un colega. El profesor ya no es el responsable de la estructuración del proceso de aprendizaje, y sí en cambio se le atribuye un papel coadyuvante en la adquisición de las diferentes destrezas instrumentales, interpersonales y sistémicas, entre las cuales se incluyen la “capacidad de expresar las propias emociones”, la “capacidad de liderazgo”, “motivación de logro”, “apreciación de la multiculturalidad”. En este sentido se comprende la casi completa sustitución de las clases magistrales por tutorías orientadas a facilitar “el uso de competencias y destrezas”.
Creo que está meridianamente claro. Basta por hoy.

16.11.06

Mi héroe bibliotecario

El señor de la foto es Stephen Foster, bibliotecario en la Wright State University de Ohio. Acabo de leer un artículo suyo, publicado el año 1993 en la revista American Libraries (Vol. 24, nº 4, p. 344) que coincide punto por punto con mi forma de pensar sobre uno de los asuntos más de moda hoy en día en nuestro mundillo. Creo que es muy interesante, más que nada para acabar con la monotonía del discurso de valores dominante. Habrá quien diga que desde 1993 hasta la actualidad han pasado muchas cosas en el mundo de las bibliotecas y la información. Les contestaré con una pregunta: ¿a qué alturas temporales estamos en España con respecto a Estados Unidos? ¡Ojalá estuviéramos ahora, en 2006, como ellos en 1993! Además, por si acaso, recomiendo que se mire cuál es el primero de los enlaces que aparecen en esta bitácora en el epígrafe "Biblogsfera": uno quiere ser equitativo.

Yo había traducido el artículo y lo había colgado aquí, pero luego me he dado cuenta de que se trata de una obra derivada y todo eso y para no tener problemas con los derechos de copia y demás, me limito a dar la referencia bibliográfica. Como imagino que todos los que trabajamos en esto estamos muy "alfabetizados en información", no creo que tengamos mucho problema en localizarlo...: Foster, S. "Information Literacy: Some Misgivings" American Libraries, 1993, vol. 24, núm. 4, p. 344. Leedlo, leedlo.

10.11.06

Pensemos...


...que es muy sano.

Hay en el seno de la Universidad española un grupo de profesores e investigadores que ven con bastante preocupación lo que se nos viene encima. Yo coincido con ellos en ese temor, que no es otro que la mercantilización de la universidad para servir exclusivamente a los intereses del mercado de trabajo. Quizá haya quien diga que esta afirmación es muy radical. Si piensan así, les invito a leer en este artículo las opiniones de Justo Nieto, antiguo rector de la Universidad Politécnica de Valencia y actual Consejero de Empresa, Universidad y Ciencia (¡ojo al nombre de la Consejería!) de la Generalidad Valenciana. Entresaco algunas frases:

«Formación a la carta», «Transcompromiso entre la Universidad y la Empresa» y un Ministerio de Educación y Ciencia que se limite a coordinar a las universidades y buscar oportunidades conjuntas para ellas son algunas de las piedras de toque de su discurso, en el que no falta una crítica abierta al proceso de Bolonia: «Se ha quedado obsoleto», afirma. De los rectores dice que «se convierten a menudo en guardianes de esencias, arcanos y privilegios».

P.— Todavía hay muchos que tiemblan cuando se habla de simbiosis entre la Universidad pública y la Empresa privada.
R.— Sí, esos recelos existen en los dos sentidos aunque, afortunadamente, cada vez son más los que apuestan por esa relación Universidad-sociedad. Otra cosa es cómo se puede materializar, y yo estoy convencido de que sólo existe una forma posible: el transcompromiso.
P.— ¿En qué consiste?
R.— En que la Universidad, la Empresa y la Ciencia sean un solo elemento, cada uno de ellos impregnado de la filosofía del resto y más allá de una buena relación de vecindad. Un ejemplo de esto sería la formación a la carta que nosotros perseguimos: que un bufete de abogados pueda reclamar a una universidad licenciados con 50 horas en Derecho Comunitario, formados por un prestigioso jurista...


Creo que está muy claro: "sociedad" se hace equivalente a "empresa" y se ve con buenos ojos que sean las empresas las que diseñen el modo de preparar a los futuros titulados, en función de sus propias necesidades.

Por otra parte, está el cambio de paradigma educativo: se elimina el concepto de "transmisión de conocimientos" por el de "aprendizaje". Creo que es muy útil leer lo que opina un grupo de profesores de la Universidad Complutense de Madrid sobre éste y otros aspectos de la Convergencia Europea. El documento no tiene desperdicio. Lo dicho: pensemos.

6.11.06

(Re)definiendo el libro

Carmen Calvo, ministra de Cultura

Curiosamente, hace más o menos de un mes hablé por aquí sobre la redefinición del concepto de libro y su actualización, aunque más bien fuese para defenderlo como vehículo de cultura ante quienes pudieran considerarlo como una reliquia del pasado innecesaria ante los vertiginosos avances tecnológicos. Pues bien, en el último Consejo de Ministros el Gobierno aprobó el proyecto de Ley de la Lectura, el Libro y las Bibliotecas, donde precisamente una de las cosas que pretenden hacer es redefinir el concepto de libro para ampliarlo, no para declararlo obsoleto. En la nota de prensa del Ministerio de Cultura donde se anuncia esta aprobación se indica que la definición de libro que se propondrá es:

Se entiende por libro la obra científica, literaria o de cualquier otra índole que constituye una publicación unitaria editada en uno o varios volúmenes y que puede aparecer impresa o en cualquier otro soporte susceptible de lectura. En esta definición quedan incluidos los materiales complementarios de carácter impreso, visual, audiovisual o sonoro que sean editados conjuntamente con el libro y que participen del carácter unitario del mismo, así como cualquier otra manifestación editorial.

Habrá que estar atentos al texto y a las modificaciones que sufra en las Cortes, pero al menos esta definición no me parece mala: es lo suficientemente ambigua como para abarcar todas las formas en que puede presentarse la información y no trata el tradicional libro en papel como un trapo viejo. Ya veremos.

¡¡Por fin...

...una aplicación práctica y, sobre todo, "evaluable"!!

2.11.06

Declaración de principios


Concedo que es extraño plantear una “declaración de principios” tras año y pico de publicación de una bitácora, pero es que hasta este momento no había pensado que fuese necesario.

Sin embargo, lo es. Lo es porque no quiero que se malinterprete lo que aquí se escribe. Una bitácora personal, como ésta, es la voz de cada cual, es el medio que utiliza para decir lo que piensa en uso de uno de sus derechos fundamentales: la libertad de expresión. En una sociedad democrática, su único límite ha de ser el respeto a la legalidad. Algo tan de perogrullo como no injuriar, no calumniar, no vulnerar el derecho al honor y a la propia imagen de los demás, etc. Criticar las ideas de otros no estimo que se encuentre entre los delitos antes mencionados. Y creo que hay un derecho que todos debemos aceptar sin excepción: el derecho a equivocarse. Yo nunca planteo mis ideas como la verdad absoluta y acepto que puedo estar siempre equivocado.

El método científico ha de excluir necesariamente los dogmas. Quiere esto decir que cualquier teoría que se plantee se puede someter a críticas en tanto en cuanto no se demuestre que es una ley inmutable de la naturaleza. Es decir, que E=mc2 por mucho que yo me empeñe en otra cosa. Sin embargo, otras propuestas, que por mucha aceptación que tengan nunca podrán tener la categoría de las universales leyes de la física o la matemática, han de ser conscientes de que pueden ser sometidas a críticas, incluso a oposición, sin que ello suponga ni menosprecio a quienes las sustentan y abrazan con entusiasmo ni su negación tajante, de no ser que, como digo, se nos quieran presentar como dogmas intocables (algo que para mí, quizás a causa de mi formación científica, me parece rechazable de plano).

Es por ello que podría resultar paradójico que una teoría que plantea precisamente esfuerzos para que los ciudadanos puedan utilizar la información de manera crítica no admitiera críticas sobre ella misma. Este “si no estás conmigo estás contra mí y si te opones a lo que yo pienso eres un radical” es un mal de hoy en día, propiciado por esa falaz teoría de la muerte de las ideologías, del triunfo de un “pensamiento único” que no admite que haya muchas formas válidas de afrontar los problemas: sólo hay una, una “gran unificación” que se encuentra por encima de toda ideología.

Yo, por suerte o por desgracia, sí que tengo ideología y no me considero precisamente un radical. No me gusta la idea neoliberal de que todo servicio público ha de justificar siempre su existencia para no cargar con impuestos a los ciudadanos (lo cual no implica necesariamente que quiera acabar con la economía de mercado). Y menos que en ningún campo, en el mío. Las bibliotecas, sean del tipo que sean, jamás habrán de buscar la rentabilidad económica, sino la social. Sé que esto parece pasado de moda y que muchos dicen que lo más importante es gestionar bien lo público aplicando las técnicas de la empresa privada. Yo no lo niego, pero no creo que el superávit económico deba estar entre nuestros principales objetivos.

Sin embargo, la idea de la “justificación a ultranza” se ha impuesto y quizá ahí esté el origen de mis críticas a determinados conceptos que no veo muy claros. Creo apreciar que nos estamos inventando muchas cosas para hacer ver a los políticos –los que manejan los cada vez más escasos fondos- lo necesarios que somos.

Yo, modestia aparte, no me considero un mal profesional y sé que voy a tener que aplicar en mi trabajo ideas y conceptos con los que no estoy muy de acuerdo. Pero precisamente porque creo que no soy un mal profesional, lo haré lo mejor que sé, más que nada porque no me gusta hacer un trabajo mal hecho y soy mi crítico más feroz. Además, no me van a mandar a degollar niños, no son cosas que estén en contra de mis principios morales. Sin embargo, mis ideas seguirán siendo las mismas y, dentro de la legalidad y con el máximo respeto a sus defensores, continuaré criticando (y utilizando la ironía, que me parece la forma más inteligente de hacerlo) los aspectos que me parecen dignos de ello: tengo derecho a equivocarme.