7.4.06

¡Qué mal hablamos! (IV)

No hace mucho se debatía en Iwetel sobre lo adecuado o no de llamar "clientes" a nuestros usuarios. No es un debate nuevo; en el mensaje de hoy, publicado en esa misma lista el 16 de septiembre de 1998 ya me refería a ello. Lo voy a reproducir tal cual, aunque he de decir que la conclusión a la que llego en los últimos párrafos hoy en día no la suscribiría (y además, en el texto se cita Absys, que entonces era nuestro programa de gestión; hoy es Unicorn).

Traduttore, traditore dice la tan conocida frase. La traducción se puede llegar a convertir en un arte. En todo caso es dificilísimo el traducir un texto y ser fiel al original. A veces esta dificultad se convierte en excesiva facilidad y nos encontramos con casos de malas traducciones por similitud que al final llegan incluso a ser aceptadas por todos. Pondré un ejemplo.

Es un ejemplo que utilizamos mucho en las bibliotecas actuales. Bibliotecas en las que la informática desempeña (no “juega”) un papel importantísimo. Cuando hay algún problema se recurre a lo que se llama “soporte” del servicio técnico. Es una mala traducción del verbo inglés
to support, que no significa soportar. En Inglaterra un supportter del Arsenal no es alguien que “soporta” a su equipo de fútbol preferido, sino alguien que lo “apoya”. Es decir, los servicios técnicos nos dan “apoyo”, no “soporte”. Imagino que quien traduce así no tiene alfombras en su casa, sino “carpetas” (alfombra se dice carpet en inglés). Y su desapego del idioma hace de él una persona casual, seguramente, como la ropa que viste, sin saber que eso significa “informal” en la lengua de Shakespeare.

Otro anglicismo que utilizamos mucho consiste en llamar “copias” a los distintos ejemplares disponibles de un título. Ignoro si el origen de esto es el lenguaje que utilizan las emisoras de radio tipo “40 principales”, mezcla de español e inglés, donde siempre se habla del millón de “copias” que ha vendido el grupo de éxito X. Si bien usando un lenguaje
casual (perdón, informal) se pueden admitir estas cosas, en las bibliotecas, supuestos depósitos del saber y la cultura, no es tolerable. Hablo de memoria y a veces me falla, pero creo que las versiones anteriores de Absys -nuestro programa de gestión- sí utilizaban esa palabra, mientras que la actual ha vuelto al correcto “ejemplares”.

Por último, más que hablar sobre malos usos, quiero detenerme en confusiones. ¿Cómo llamamos a las personas que acuden a nosotros en busca de información? De muchas maneras se nominan: Clientes, usuarios, lectores... Os voy a dar mi opinión sobre estas tres denominaciones.

“Cliente”, con todos los respetos, me parece del todo rechazable. Da por supuesta una relación de tipo comercial con quienes se acercan a disfrutar de un servicio público. La introducción de esta palabra, como siempre, viene del área anglosajona, con la inestimable ayuda de las consultoras (no
consultings) que cada vez más utilizamos en las bibliotecas. Valga la aplicación de criterios que sirven igual para las plantas de fabricación en serie, pero ya que se adaptan al tipo de servicio que se ofrece, que también lo haga su lenguaje. Llamar “clientes” a los que acuden a las bibliotecas es, en mi opinión, comparable a llamar “tornillos” o “coches” a los libros y documentos. Este lenguaje comercial imbuye también a las personas que entran a la biblioteca. Algunos alumnos “alquilan” los libros y si los traen con retraso tienen “multa” (alguno dice que está “detenido”, pero este es otro cantar). Ha habido quien en lugar de “reservar una sala de estudio individual” ha pedido “alquilar una habitación”.

“Usuario” es quizá más adecuada, pero el problema de este vocablo es lo manoseado que está. Todos somos “usuarios” de algo y si no se le pone apellido, carece de significado. Está de más llamar “usuarios”, así, por antonomasia, a los de las bibliotecas, cuando también lo son los de la sanidad, el metro e incluso los urinarios públicos. Por eso tampoco me parece -opinión personal- la mejor solución.

“Lector” es mi preferida. Convengo que ya no se puede limitar el grupo de personas que usan la biblioteca a los que leen. Los libros no son ya el único medio de llegar al conocimiento. En todo caso, la gran mayoría de documentos que encerramos en nuestras instituciones están pensados para ser leídos. Da igual que su soporte sea el papel o aparezcan en la pantalla de un ordenador. Con la excepción de vídeos, discos y otros documentos audiovisuales, lo demás se lee. Así, ¿por qué no llamar simplemente “lectores” a quienes ofrecemos nuestros servicios?

No hay comentarios :