Los policías municipales sacaban al joven de la gabardina, lloroso; sólo le faltaba que su madre le hubiera llevado de una oreja. Bajaba las escaleras del altillo (donde unas usuarias habían advertido a Maribel lo que el individuo estaba haciendo bajo la gabardina) a trompicones, sin fuerzas por la vergüenza (que no por la culpa), mirando de reojo a la madre. En la puerta que conducía a las escaleras se cruzaron con el presidente del Grupo Arqueológico y de Costumbres Populares.
"¿Qué querrá éste?" se dijo Maribel. "Vaya cara que trae..."
-Buenas tardes -dijo el presidente
-Buenas tardes.
-Vengo a llevarme mis libros.
-¿Cómo dice?
Maribel recapituló. Sabía lo que pasaba; el presidente había donado y depositado bastantes libros relacionados con las actividades de su grupo en la biblioteca municipal y ahora los quería retirar. Maribel le dejó claro que los libros en depósito sí que se los podría llevar, pero las donaciones... ¡Santa Rita, Rita, Rita...!
¿Qué es lo que había ocurrido? El presidente era motivo de rechifla para Mario, el novio de Maribel, por lo pretencioso de las presentaciones y folletos de su Grupo. Hablaban de Asambleas de Socios, Consejos Directivos y demás y en realidad los únicos que hacían algo eran él y un amigo suyo. Por eso Mario les solía llamar el "Dúo Arqueológico" y casi le había pegado a Maribel el remoquete; tenía en ocasiones que hacer esfuerzos para no decirlo en presencia de los interesados.
Últimamente el grupo parecía tener poca actividad. Cada uno de sus dos miembros era simpatizante de un partido político diferente y ahora el grupo del amigo del presidente era el que gobernaba el Ayuntamiento. De esa manera, el amigo dedicaba menos tiempo al Dúo -perdon, Grupo- y el presidente día a día renegaba de la actividad política de los ediles en el poder.
El presidente, como ya sabemos, había donado y depositado muchos libros en la biblioteca municipal, a pesar de tener mucho sitio en su casa. Era soltero y vivía solo. Un día alguien le dijo que si su anciana madre viviera con él podría pedir que le hicieran un descuento en la factura telefónica. Él, a pesar de lo culto y leído que era, debió de creérselo y, raudo, se acercó al Ayuntamiento.
Allí pidió que le expidiesen un certificado según el cual su madre compartía vivienda con él. Lógicamente, los responsables del Ayuntamiento se negaron a cometer tal irregularidad. La duda que queda es si lo hicieron por su celo en el respeto a la ley o porque el solicitante no era de su cuerda política...
Y el presidente se enfadó y su reacción fue... La que conocemos. Política, ahorro y bibliotecas: mala cosa...
No hay comentarios :
Publicar un comentario