10.5.06

¡Qué mal hablamos! (y VI)


Llega con este mensaje el final de esta miniserie que dediqué en su día a lo mal que hablamos en este mundillo de las bibliotecas y la información. Supongo que el éxito que haya tenido hoy en día será igual de escaso que entonces y seguiremos destrozando la lengua española en nombre de la modelnidad y el pogreso. He aquí ese postrer mensaje, enviado a Iwetel el 6 de mayo de 1999:

Leer mucho sirve para detectar las prevaricaciones del lenguaje (Don Quijote dixit), muchas cometidas por mí, y de esa forma, cada día, viendo los propios errores, se aprende algo nuevo.

Nos movemos en un mundo en el que ha irrumpido con fuerza el uso de las llamadas “nuevas tecnologías” (algún día dejarán de ser nuevas, ¿no?) y que por lo tanto en muchas ocasiones requiere el uso de palabras que hasta ahora no existían. Los neologismos son, pues, útiles, necesarios y enriquecedores. Absurdo sería intentar traducir “byte” o “Internet” (¿“bitio”, “Interred”?). Ahora bien, otro caso diferente es al abuso, más que uso, de palabras extrañas o mal traducidas cuando ya disponemos en español del equivalente.

En inglés,
to save tiene muchas acepciones, nada menos que siete en el Webster. Una de ellas es “salvar”, pero entre las doce definiciones que da de este vocablo el Diccionario de la Real Academia, ninguna se refiere a “guardar o grabar los cambios hechos en un archivo informático”. La informática y los anglicismos y malas traducciones que utiliza han pasado al lenguaje bibliotecológico como un proceso inherente a la necesaria imbricación entre ambas ciencias. El que más y el que menos ha dicho alguna vez que ha “salvado en un archivo” tal o cual trabajo o registro. De la misma manera podríamos decir entonces que al final del mes hemos “salvado” tantas pesetillas o euros para el coche nuevo. A no ser que nuestra intención al decirlo sea dar una impresión de heroísmo al sacar a las pesetas de las garras de los grandes almacenes, los bares o los restaurantes-asadores de leña, nos debería parecer bastante ridículo “salvar” X pesetas, euros o dólares este mes. Entonces, ¿por qué no parece ridículo decir que he “salvado” este texto en un archivo? Sobre todo cuando, sin caer en el absurdo se puede comentar con toda naturalidad que “grabamos” o “guardamos” el archivo.

Otro palabro que aparece con profusión en tratados y manuales referidos a las bibliotecas y el arte de su gestión es “ratio”. La “ratio” alumnos/libros, la “ratio” lectores/puestos de lectura. ¿Qué pecado cometió la palabra “relación” (definición número 11 del Diccionario: “Resultado de comparar dos cantidades expresadas en números”) para haberla desterrado del lenguaje técnico bibliotecario? ¿Por qué se adopta el vocablo extranjero que, además, me parece horriblemente feo?

Horriblemente fea también (ya hablé de pasada en otro mensaje) me parece la palabra “gurú”, que tanto prolifera hoy en día para designar a las voces autorizadas en una materia concreta, y especialmente si hablamos de Internet o tecnologías avanzadas. Se supone que un “gurú” es quien da predicciones basándose en su conocimiento. Un agorero, según el Diccionario es aquel que adivina por agüeros. Un agüero, si leemos la segunda definición dada por el mismo Diccionario es un “presagio o señal de cosa futura”. Así que sería mejor llamar “agoreros” a estos señores tan esclarecidos. Mejor según la norma. Ahora bien, el uso del lenguaje ha desplazado el significado de la palabra hacia la tercera definición que de ella da la Academia: “Que predice males o desdichas. Dícese especialmente de la persona pesimista.” O sea, que se toma casi siempre en sentido negativo. Pero si se piensa bien, no encaja mal en aquellos que llevan años prediciendo el fin de los libros, las bibliotecas, los bibliotecarios, etc. Los que prevén que los “bits” sustituirán en todo a los “átomos”. Agoreros. (Por cierto, si nos subimos al carro de los medios de comunicación y seguimos utilizando el palabro, el hacerlo en plural se dice “gurúes”, no “gurús”, no dupliquemos el barbarismo).

El mensaje se ha alargado más de lo que quería. Me guardo algunas cosillas en el tintero para el futuro. Para acabar os quiero recomendar un artículo que apareció en el número 104 de la revista
PC Actual. Se refiere al uso del signo tipográfico “@” para que una palabra adquiera valor tanto masculino como femenino. No tiene desperdicio. Después de leerlo, he abandonado esa práctica y procuro utilizar fórmulas neutras de salutación. El autor del artículo es Alberto Piris y se titula L@s feministas tipográfic@s: Uso y abuso de la arroba. Leedlo, quizá alguien más se convenza.

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