9.6.06

Mario y los extraños seres


Mario y su novia Maribel hablaban en ocasiones de la extraña fijación que tienen determinados personajes por las bibliotecas. Ya contará Maribel en su momento sus peripecias con esquizofrénicos y exhibicionistas. Mario había tenido que pechar también con individuos raros. Muchos de ellos eran inofensivos; por ejemplo, esos viejecillos que entraban tímidamente, casi pidiendo permiso, azuzados por la curiosidad de haber conocido el solar de la biblioteca como un melonar.

Un jovenzuelo sudoroso, de paso rápido y movimientos aviares, de lengua logorreica y mirada perdida, que al notar que le observaban con extrañeza soltaba una retahíla a toda velocidad:

-No me mires así, que yo soy un chico muy culto que no tiene antecedentes psiquiátricos ni policiales...

Un tipo siniestro, de gafas oscuras, que jamás miraba a la cara, con uñas pintadas de negro y que hablaba con Mario siempre situado como mínimo a tres metros del mostrador...

Un gigante sordomudo, barbado y alcohólico, que entraba a la biblioteca escoltado por un enorme perro para molestar a las estudiantes...

En definitiva, una variopinta fauna que al cabo de muchos años podía parecer hasta normal a fueza de contemplarla a menudo. Parecía, pues, que ya estaba todo visto y oído, pero...

Cruzó pausadamente, con chulería, los antihurtos. Tendría cerca de cincuenta años, moreno, con bigote, de tez tostada y piel con tatuajes. Miró de soslayo, con desprecio. Sin decir nada se dirigió a la sección de Referencia, donde se paseó con la misma actitud entre las estanterías. Al cabo de un buen rato se acercó al mostrador.

-Buenos días. Vamos a ver, ¿es que no tenéis un Código Penal?

-Verá... Es que en esta Escuela no se estudia Derecho, así que no es una obra que pueda servir para nuestros fines...

-A mí déjame de rollos, yo sólo te pregunto que por qué no tenéis un Código Penal.

-Ya le he dicho que...

-Bueno, pues le dices de mi parte al director de esta biblioteca que es un imbécil.

El individuo patibulario, posiblemente interesado en tal obra de referencia por ciertos antecedentes, giró hacia la salida; con su paso habitual anduvo un poco hasta que se paró, volvió a mirar a Mario y dijo, como añadiendo un epílogo a su discurso anterior:

-¡Y también un idiota!

Mario se soprendió de haberse sorprendido...

1 comentario :

H. dijo...

Recuerdo perfectamente al sordomudo del perro; se comunicaban mutuamente en una especie de gruñido espumoso que asustaba a las chicas. Un día el sordomudo entró en la biblioteca sin el perro, pero con una camiseta en la que llevaba impresa ¡la foto del perro! y me preguntó si había visto a su perro (bueno, creo que es eso lo que me gruñó). Le contesté, muy formal, que no hebíamos tenido perros esa mañana.