3.4.06

¡Qué mal hablamos! (III)



Don Fernando Lázaro Carreter se quejó durante mucho tiempo del papanatismo de aquellos que pensaban que por decir muchos términos en inglés u otros idiomas eran más modernos que los demás. Es algo de lo que ya modestamente me quejaba yo hace bastantes años, como demuestra este mensaje que mandé a Iwetel el 16 de junio de 1998:

Nadie duda de que es necesario el conocimiento de otros idiomas en nuestra profesión. A la biblioteca donde trabajo acuden numerosos profesores extranjeros que no conocen el español. En muchas ocasiones, la única forma de comunicación con ellos es el inglés. Hasta aquí la lógica. Lo que no es normal es la necesidad de saber idiomas para averiguar qué me están pidiendo personas que hablan mi lengua, pero son muy tímidos o muy pedantes para demostrarlo. Me explico.

Hay profesores que, cuando desean utilizar el servicio de préstamo interbibliotecario, me piden los formularios para solicitar
papers. Supongo que les será ajena la palabra “artículo” o más bien sonará plebeya a unos oídos técnicos y cultos. Un paper tendrá, posiblemente, más categoría que un artículo, aunque diga lo mismo.

También se oye nombrar mucho unos
working papers que yo creo que serán lo mismo que “documentos de trabajo”, ahora bien, están envueltos en ese halo de misterio que produce su nombre en lengua extraña. Si escribo un working paper, aunque yo haya nacido en la calle de Goya y tal obra verse sobre el cultivo de la patata temprana en la comarca de La Sisla, será mejor que si produzco el mejor “documento de trabajo” del año sobre la materia más arcana y compleja que pueda existir.

Y qué decir de la desilusión que se llevó hace poco un profesor que vino en busca de un grupo de obras y no las encontró. Se debió decepcionar cuando descubrió que los libros de
management que pedía estaban colocados en una estantería en cuyo cartel se leía “gestión”, así, en lengua vulgar.

No sólo cuando se nos solicita información hay que luchar contra los términos que gratuitamente se espetan en inglés, sino en lo cotidiano, cuando sencillamente pretendemos explicar cómo se organiza nuestro trabajo. Así, me niego a decir a mi abuelita que la biblioteca funciona con un esquema
front office-back office, cuando es más fácil que me entienda si hablo de “mostrador-despacho”, y añado que se trata de que en un mostrador se atienda primero al público y de allí se envíe a los interesados a los despachos donde otras personas intentarán resolver sus dudas más sosegadamente. Y asimismo me niego a decir que hago benchmarking cuando en realidad estoy visitando otros centros que destacan por su buen servicio. Posiblemente me comprenda mejor si menciono una “visita de trabajo” o “visita a organizaciones destacadas”. Pero todavía reniego más de hacer rapports de las visitas, especialmente si todo el mundo entiende los “informes” o “reseñas” que pueda escribir de ellas. Y si ese informe es interesante, prefiero que la biblioteca lo “difunda” y no que lo incluya en su output. Después, si mereciese entrar en algún sistema de almacenamiento de datos (no de data warehousing) querría que, si alguien lo busca, lo “encontrara”, “extrajera” o incluso “recuperara”, no que se dedicara al data mining (todo esto lo ha leído quien esto escribe en libros y otros documentos).

La llegada a nuestro idioma de términos extranjeros es beneficiosa ya que enriquece la lengua, pero sólo si ello es imprescindible porque en español no haya equivalente. Ahora bien, su uso innecesario es un signo de pobreza lingüística, de simple imitación porque se han escuchado en boca de quienes creemos que utilizan la norma culta del idioma o se han leído en libros o revistas especializados que descuidan hasta el infinito el uso del castellano.

1 comentario :

H. dijo...

Pues sepa vues merced que una de las preguntas más frecuentemente preguntadas en este mostrador es: ¿Qué es el "aidí"?

(...)

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